Dueños no quieren salvar a La Richmond
La confitería Richmond, uno de los «bares notables» porteños y declarada el jueves pasado Patrimonio Cultural de la Ciudad de Buenos Aires, amaneció hoy cerrada y con sus vidrieras blanqueadas.
El histórico café de la calle Florida estuvo envuelto desde la semana pasada en rumores de cierre, lo que aceleró la declaración de Patrimonio Cultural en la Legislatura local para evitar una eventual demolición.
Este café, que abrió sus puertas el 17 de noviembre de 1917 fue pronto centro de reunión, reflexión y debate del emblemático «Grupo Florida», integrado por Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo, Ricardo Güiraldes, Conrado Nalé Roxlo, Leopoldo Marechal y Eduardo González Lanuza, entre otros notables.
Alejandra Vidal, una de sus camareras, dijo esta tarde a Télam que trabajaba en el lugar desde 1995. «Formo parte de la tanda de empleados que despidieron en mayo, lo único que nos explicaron es que la firma propietaria vendió el inmueble».
La mujer, que había concurrido al estudio jurídico a cargo de las indemnizaciones del personal cesanteado, a pocas cuadras del lugar, se acercó esta tarde a dar una mirada al local de Florida al 400, donde trabajó hasta hace tres meses.
Allí sólo quedaban dos pintores que blanqueban las vidrieras y algunos traseúntes que espiaban por las rendijas la arquitectura y la decoración del casi centenario salón.
La declaración de Patrimonio Cultural de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, por su valor simbólico e identitario, que le otorgó por unanimidad la Legislatura el último jueves, evita el cambio de rubro -ya que en el inmueble se planeaba instalar un gran local comercial-, pero no su venta o cierre.
En la vereda de la Richmond, Vidal señaló que «tengo muchos gratos recuerdos de acá adentro, atendí muchas personalidades, como (al escritor ya fallecido) Mario Benedetti, que siempre venía con la señora».
La ex camarera continuó: «Benedetti se sentaba junto a la calle y se tomaba un Negroni; después los dos se pasaban al salón del fondo a comer. Recuerdo que siempre tomaba vino blanco, porque según él el tinto le daba alergia».
«La confitería estaba funcionando muy bien, siempre estaba llena de turistas y a muchos de ellos les recomendaban nuestras masas en Europa y varios volvían, la verdad no entiendo por qué cerró».
Carlos, un «mantero» de Florida que trabaja frente a la puerta del café, contó que «hoy a la mañana vinieron algunos empleados, con los que siempre estamos acá vendiendo y nos acercamos a saludarlos, pero me voy a llevar grabada la cara de tristeza del gordito que estaba siempre en la caja».