La violencia mediatica, un llamador de alerta

Por Paula Morales*

25 de noviembre como Día Internacional por la eliminación de todas las formas de violencia hacia la mujer ingresa a las agendas mediáticas de la región cada año de manera más consistente.Sucede que una serie de cambios en las legislaciones de América Latina dan cuenta, a la vez, de una escucha atenta a ciertas reivindicaciones que toman visibilidad en el marco internacional del sistema de derechos, pero también de una bisagra entre las prácticas culturales naturalizadas y los nuevos modos posibles de hacer y consumir periodismo.

En Argentina la Violencia Mediática (V.M.) aparece desde 2009 como un llamador de alerta a la buena praxis profesional tanto para periodistas como para productoras de contenidos, carreras de grado en comunicación, y espacios tan heterogéneos como el activismo ciudadano y los diversos grupos feministas.
Desde que se sancionó la Ley 26.485 la V.M. quedó integrada como una de las modalidades en que se manifiesta la violencia simbólica y refiere a toda “publicación o difusión de mensajes e imágenes estereotipados a través de cualquier medio masivo de comunicación, que de manera directa o indirecta promueva la explotación de mujeres o sus imágenes, injurie, difame, o discrimine, deshonre, humille o atente contra la dignidad de las mujeres, como así también la utilización de mujeres, adolescentes y niñas en mensajes e imágenes pornográficas, legitimando la desigualdad de trato o construya patrones socioculturales reproductores de la desigualdad o generadores de violencia contra las mujeres.”
Y se relaciona con la Ley 26.522 de S.C.A. (2009) que promueve la protección y salvaguarda de la igualdad entre hombres y mujeres, y el tratamiento plural, igualitario y no estereotipado, evitando toda discriminación por género u orientación sexual, tanto en el Art. 3, inciso M, como en el Art. 70, cuando refiere a contenidos de la programación.
Con antecedentes directos, esta modalidad de violencia se inscribe en un recorrido polémico que comienza en la Conferencia Mundial de las Naciones Unidas (1975, México) que en su Plan de Acción Mundial recomendaba el estudio del impacto de los medios en la población y la inclusión de mujeres en los diferentes estratos de empleo de las compañías de medios de comunicación; la IV Conferencia Mundial de la Mujer (1995, Beijing), donde 180 países se comprometieron en combatir el sexismo en el lenguaje y en los medios de comunicación; y desde 1994, la CEDAW (1994, Brasil) que establece medidas específicas para los estados referidas a la comunicación y alienta a los medios para elaborar directrices de difusión que contribuyan a erradicar la violencia contra la mujer en todas sus formas y realzar el respeto a la dignidad de la mujer.
En la región el antecedente inmediato es la Ley Orgánica sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, sancionada en Venezuela durante el 2006.
En esta cultura existen un conjunto de ideas simples, fuertemente arraigadas que establecen lo que se espera de una “identidad femenina”. Un ejemplo de este fenómeno es la propaganda de Sprite donde el personaje femenino es una “típica” chismosa, buchona, lechuza; y donde el disvalor que se le adjudica a la mujer es la falta de confianza en el género a la hora de confiar un secreto.
La productividad de esos discursos mediáticos está en lo cotidiano, cada vez que desde un medio se cristalizan con la palabra ciertas subjetividades de género funciona lo que el sociólogo P. Bourdieu define como la “eficacia simbólica del prejuicio”, y en palabras de Femenías, la “eficacia de la violencia simbólica”.
Esta forma de violencia -como tantas otras- actualiza diaria (y masivamente) roles y estereotipos de género. Nadie podría afirmar que un programa de tv es el causante de un acto de violencia interpersonal. Hay varias cosas por aclarar, por empezar, que la violencia no es una sumatoria de actos sino un proceso con múltiples manifestaciones, algunas más visibles que otras. Pero lo que si podemos decir hoy, es que el contenido y la modalidad que propone a sus lectores un medio de comunicación, legitima culturalmente relaciones de sumisión y desigualdad hacia las subjetividades femeninas.
En esta mediatización actual, son necesarias estrategias de participación desde donde identificar la especificidad de esta violencia desde dispositivos de enunciación mediáticos para evidenciar esas estrategias discursivas que permiten a ciertos personajes de los medios hacer uso de la palabra pública y al mismo tiempo, incurrir en un delito.
El periodismo actual está en tensión. Conviviendo con trayectorias asentadas en modelos de interpretación binarios está emergiendo otro periodismo crítico al sexismo, la misoginia y sobre todo el androcentrismo mediático.
En este dilema dos rutas bifurcan lo que se entiende hoy por los abordajes de la violencia mediática. Primero, la variedad de materiales para la elaboración de contenidos no sexistas donde el tema violencia de género ingresa a las agendas con criterios claros para su tratamiento, e intenciones de discutir contenidos como lo fue la producción fotográfica publicada por la revista Caras (2010) en la que apareció la modelo Victoria Vanucci ensangrentada y semidesnuda junto a la frase «amo el dolor».
Segundo, aquellas prácticas de participación ciudadana que ponen en vigencia la perspectiva de género cruzando soportes, géneros y formatos, denunciando esta violencia en publicidades sexistas y contenidos denigrantes, elaborando estadísticas desde los observatorios de medios, etcétera. En el caso de estas fotos, el Consejo Nacional de las Mujeres consideró que la exhibición banalizaba y frivolizaba una situación de violencia de género, legitimando y naturalizando este tipo de agresiones, reforzaba el mito de que a las mujeres les gusta la violencia, y lo denunció públicamente.

*Licenciada en Comunicación Social-Integrante de la Red PAR-Investigadora sobre Violencia Mediática para la Universidad Nacional de Córdoba

 

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