«Las iniciales del misal», centenario de la poesía urbana
por Daniel Giarone
Hace un siglo, durante el invierno de 1915, Baldomero Fernández Moreno publicó su primer poemario, «Las iniciales del misal», libro de versos simples y concisos que inauguró la poesía urbana moderna a fuerza de incorporar nuevos temas y formas de abordarlos, y cuyo gesto revolucionario no fue otro que mirar lo que sucedía a su alrededor.
Con una austeridad alejada del estruendo retórico del modernismo (movimiento al que sin embargo rinde tributo dedicando el libro a su admirado Rubén Darío), sin necesidad de subrayados y barroquismos, con metros breves, «Las iniciales del misal» inauguró una poesía intimista, realista y vital que, con sus particularidades y desvíos, no será ajena a la obra de Alfonsina Storni, González Tuñón, Borges y las vanguardias.
«A partir de ‘Las iniciales del misal’ comienza a forjarse el imaginario poético ciudadano», sostiene el investigador Jorge Monteleone, para quien «desde entonces se producirán una serie de cruces, híbridos y apropiaciones de diversos registros culturales, creando una mitología y una fisonomía singular del espacio ciudadano» que, entre otros géneros y formatos se hará presente en el tango.
Fernández Moreno nació en Buenos Aires el 15 de noviembre de 1886, repartió su infancia entre la comunidad autónoma española de Cantabria, Barcelona, Madrid y su ciudad natal, fue médico rural y, sobre todo, el poeta de los detalles y la cotidianidad que produjo un verdadero cimbronazo en el panorama literario de su época, con versos que revelaban un nuevo espacio material y poético, el de una ciudad pujante, cosmopolita y contradictoria.
«Las iniciales del misal» está dividida en nueve secciones, la mayoría de ellas dedicadas a la vida rural, uno de los núcleos duros de su autor. Será en el apartado «En la Ciudad», compuesto por nueve poemas, donde aparecerá la primera representación de la ciudad moderna en la poesía nacional, producto de la observación minuciosa y de las largas caminatas del poeta, quien retrata la urbe en ebullición como un auténtico flaneur porteño.
«El poeta que proyecta en su poesía Fernández Moreno es, antes que nada, un poeta caminante», explica Monteleone, investigador del CONICET y estudioso de la obra de Baldomero.
El crítico y ensayista subraya además que observa «todo aquello que cualquier lector podía reconocer en su propia experiencia», dando con lo «maravilloso que puede hallarse en lo común», sin prescindir de la síntesis ni del matiz irónico.
«Por las calles», «El amor de antes, la comparación de ahora», «Casas en la noche», «Callejera», «Barrio Característico», «Tranvía de madrugada», «Cine», «Bailarines rusos» y «Music-Hall» dan cuenta de ese vagar entre callejuelas, «viejecitos», bailarines ambulantes, casas lúgrubes, plazas y tranvías «con un rollo de estrellas en las ruedas».
En aquellos poemas Buenos Aires vivió una nueva fundación, esta vez poética, que comenzó a gestarse cuando en las últimas décadas del siglo XIX se abrió su casco antiguo para ensanchar y prolongar las calles, ampliar las comunicaciones, alzar monumentos, trazar avenidas y abrir parques; un nuevo espacio urbano en el que confluyeron el avance de las clases medias y de la inmigración, el crecimiento de las clases populares y las luchas políticas que irrumpían en una metrópoli poblada de inmigrantes, changarines, costureras, desempleados y jornaleros.
En ese espacio concreto y en movimiento Baldomero inaugurará la poesía urbana que dará cuenta de la ciudad. Así como Evaristo Carriego será el poeta del barrio y de sus voces (publicó «Misas Herejes» en 1908, siete años antes de «Las iniciales del misal»), Fernández Moreno lo será de la ciudad como totalidad, con énfasis en lo visual; «Dios me hizo más de ojos que de labios elocuente», según su propia definición.
El poema «Barrio característico» delata esa elocuencia de los ojos, empujado por una lírica concisa y objetiva capaz de atrapar lo fugaz: «Una pereza gris de mayorales / se dobla vulgarmente en las esquinas / Abren su boca negra y pegajosa / los almacenes y las fiambrerías / Enfrente, en un portal, un viejecito / mesa sus barbas blancas y judías, / junto a cuatro paquetes de cigarros / y un par de números de lotería…».
Esa poética fundada en la acción, en andar y observar, comenzó a gestarse cuando Fernández Moreno promediaba el bachillerato en el Colegio Nacional Central, época en la que escribió sus primeros versos, que tenían a su madre, lectora pertinaz, como única lectora. Baldomero no abandonaría la poesía por el resto de su vida, ni siquiera cuando en 1904 ingresó a la Facultad de Ciencias Médicas bajo el influjo del médico español José María Carrera.
En 1912 aprobó su tesis, se graduó y partió hacia Chascomús, instancia crucial en su vida de escritor, donde ejerció como médico rural durante dos años, y desde allí a Catriló, provincia de La Pampa, pueblo en el que sólo vivió unos meses para regresar a Buenos Aires en 1915 y publicar «Las iniciales del misal», libro que junto a «Ciudad» (1917) formará el núcleo de su lírica urbana.
Fernández Moreno ejecutó con su primer poemario «un acto que siempre es asombroso y que en 1915 era insólito. Un acto que con todo rigor etimológico podemos calificar de revolucionario. Lo diré sin más dilaciones: Fernández Moreno había mirado a su alrededor», aseguró Jorge Luis Borges en un artículo publicado en la revista «El Hogar», con motivo de los 25 años de «Las iniciales del misal».
Borges va más allá y celebra estar ante «el poeta del nervio óptico», en cuya poesía se ve una «percepción genial del mundo exterior» y una «economía verbal» que, sin embargo, no impide sentir la «carnalidad» ni la «amargura» de la gran ciudad.
«El paisaje -subraya el autor de «Ficciones»- es de una incomparable autenticidad. Lo transmite de un modo tan inmediato que sus lectores suelen olvidar las palabras traslúcidas que han operado esa transmisión y no reparan en el arte exquisito – y casi imperceptible- que las ha congregado y organizado».
Si mirar un objeto, como sugirió Maurice Merleau-Ponty, es venir a habitarlo, la poesía de Baldomero Fernández Moreno fue una manera de vivir Buenos Aires, de recorrer sus calles bulliciosas, de detenerse en lo fugaz y perecedero. También de recordar, cien años después, que en lo cotidiano anida lo fantástico, eso que nos deja cavilando, en una esquina, con la boca abierta.