Maternidades feministas

Todas fuimos, somos y seremos cuidadas

 por Laura Mangialavori

 

El 8 de marzo es una fecha clave en la agenda de los feminismos. “Día Internacional de la Mujer Trabajadora” es su nombre formal y también su corsé. ¿Quiénes son hoy las mujeres trabajadoras? ¿Qué trabajos realizan? ¿Cómo se define ésta sujeta política? ¿Qué clase de trabajo es maternar? ¿Por qué a esta sociedad le parece una labor tan irrelevante? ¿Cómo evidenciar el motor invisible de la economía que aporta el 16,4% del PBI?  

En medio del caos, la destrucción, la desazón y la confusión, construir comunidad es hoy un desafío. La calle se convierte nuevamente en espacio de disputa, tensión, encuentro y conquista.

“El 69% de las tareas domésticas las hacen las mujeres. En promedio, dedicamos 192 horas al cuidado: 8 días enteros al mes, 96 días enteros al año. ¿Cómo podría sostenerse este sistema económico si no estuviésemos las mujeres haciendo estas tareas?”, se preguntan desde la colectiva “Maternidades Feministas”, en un documento construido colectivamente días previos a la movilización, como resultado de una asamblea donde se resolvió, como primer paso, marchar juntas.

Autoconvocadas por iniciativa de la periodista Leila Mesyngier, la puericultora Julieta Saulo, la fotógrafa Lula Bauer, la filósofa Florencia Sichel y la escritora Maga Cervellera, casi 40 madres se reunieron, días antes del 8M. La asamblea tuvo lugar en JJ Circuito Cultural en el barrio del Abasto, para hablar de lo que más les preocupa: ¿Cómo el mundo se sostiene a espaldas y a expensas de las madres, y de las tareas de cuidado que llevan adelante de manera no remunerada?

¿Cómo nombrarnos feministas en épocas donde tenemos que volver a construir una unidad más amplia donde el decirse feminista puede ser excluyente? ¿Se reniega, se defiende o se piensa en términos estratégicos electorales-comunitarios? Desde Periódico VAS, conversamos con algunas de estas madres que sostienen batallas cotidianas y que se organizaron y marcharon reivindicando una identidad históricamente vapuleada. 

Cuidar y criar es trabajar
Durante más de dos horas, la palabra circuló en una ronda heterogénea. Los temas fueron variados; desde el conflicto por la demanda de la cuota alimentaria (considerando que más de la mitad de los padres no la pagan), pasando por el pedido de más licencias flexibles, con la incógnita de no saber si eso es un derecho o una trampa para seguir en nuestras casas sin valoración ni reconocimiento. En ese sentido, la psicóloga Natalia Liguori, aportó su mirada con respecto a la romantización de la explotación y evidenciando el impacto negativo en la salud mental de las mujeres en la distribución inequitativa de las tareas domésticas, considerando además, la tendencia mundial de las TradWife. Esta moda, con epicentro en Estados Unidos, donde las influencers blancas hacen culto a la vida de las amas de casa en las redes sociales, naturalizando los estereotipos y mandatos de género que las madres feministas cuestionan.
“Nos juntamos a compartir lo que nos incomoda. Lo hacemos por nuestra actualidad y por las madres y abuelas que destinaron sus vidas a cuidar a otros, nunca a ellas.
¿A nosotras quién nos cuida?”, se preguntan desde la colectiva y esa pregunta es un abrazo en medio del desamparo.
El 23 de marzo venció la moratoria previsional que le permitía acceder a la jubilación a las personas que ya alcanzaron la edad,  pero no cumplen con el tiempo de aportes requerido. El Gobierno nacional anunció que no prorrogará la vigencia de la Ley 27.705. El fin de esta medida tendrá mayor impacto sobre las mujeres, quienes enfrentan más dificultades para cumplir con los requisitos establecidos debido a inequidades estructurales en el ámbito laboral que aún hoy se mantienen.
La jubilación mínima en este país es de $349.121,71, construido por el mínimo que es de $279.121,71 más el bono de $70.000 que permanecerá congelado durante el presente año. Mientras que, según el INDEC,  la canasta básica tiene un costo de $1.057.923. El informe La cocina de los cuidados, elaborado por el CELS, indica que “las personas mayores están a las puertas de una exclusión masiva. Los datos causan pavor: con el plan de moratoria vencido, el reconocimiento previsional del cuidado –1 año por hijo– no servirá de mucho, sólo el 23% de las mujeres que hoy tienen 60 años cuenta con más de 25 años de aporte”, advierte.

Acá estamos
El 8 de marzo, como una paradoja, una reivindicación o una casualidad, las madres feministas, acordaron que el punto de encuentro para (re)conocerse y encontrarse sería el Monumento al Quijote, en Av. de Mayo y 9 de Julio. Contra todos los molinos de viento, ahí, las madres.
“Vine a la marcha porque me parece fundamental en estos momentos de tanto odio, ante la negación de parte del Gobierno de la existencia de la violencia machista y de los femicidios que siguen ocurriendo, ocupar las calles y marchar por nuestros derechos fundamentales”, dice Andrea Mangialavori, psicóloga social y jefa de hogar de familia monomarental. “Vemos lo que está ocurriendo todos los miércoles con los jubilados y eso me hizo dudar, pero acá estamos; decidí venir igual con mi hija de 8 años y sumarme al punto de encuentro de las madres autoconvocadas”, agrega.
Para Verónica Crosatto, puericultora y trabajadora de la salud, la represión a la cual nos estamos habituando también fue un motivo para sentir miedo a la hora de manifestarse. “Estamos viviendo un momento de mucha violencia institucional que hace que no me genere lo mismo ir a una marcha como antes. Tomo el riesgo porque lo siento, pero cuando se trata de llevar a mi hijo, lo pienso bastante. A veces dejo de ir a alguna marcha por no tener con quién dejarlo”.
Andrea y Verónica son amigas desde hace más de 10 años. Sus hijxs son hermanxs del corazón y las acompañan en todas las luchas. Para Crosatto, el pedido y las consignas que levantan son muy concretas: redes de apoyo y políticas públicas que acompañen la crianza y las maternidades. “Por una marcha antipatriarcal, antiracista y antifascista. Cuando te quitan todos los derechos, el reclamo y la denuncia se intensifica. Luchar no es de Woke, es defender derechos humanos”, suma Andrea.  

Sacar belleza de este caos es virtud
Abrazos, risas, baile, canto, mates y galletitas. Madres, amigas, amigas de amigas, conocidas, compañeras y mujeres que nunca se habían visto. En el punto de encuentro, una bandera desplegada en el piso. Las infancias, son las encargadas de pintarla y dejar sus manos grabadas, como huella de haber estado.
“Al grupo de maternidades feministas se lo podía identificar a la distancia: mujeres reunidas con bebés y niñes, jugando, bailando y cuidando. No podría haber sido de otra forma, es lo que hacemos todos los días”. Sol Padoani es profesora de yoga y comunicadora; está conmovida y se nota. Después de mucho tiempo, participa de una marcha y esta vez con su hija. Una niña de 9 años que, absorta y expectante, registra todo en un anotador.
“Luego del estallido de los feminismos en las calles durante el Ni Una Menos, en el 2015, hice público un abuso en las redes y me recluí, me dediqué a criar a mi hija con herramientas y valentía. Recuerdo el momento en el que me dijeron que iba a ser una nena. Sentí felicidad y terror; pude ver en un segundo la preocupación por sus salidas, la exposición y la vulnerabilidad con la que íbamos a tener que lidiar. Cuando en el medio tuve al varón, que hoy tiene 3 años, sentí el peso de la responsabilidad de enseñarle sobre consentimiento y sensibilidad”.
“Vine porque sabía que con alguien me iba a encontrar, que iba a tener un lugar”, comenta Luz Santomauro, escritora y actriz. “Siempre me emociona marchar, me conmueve. Esta vez, además, con la posibilidad de conocer a personas que no conocía personalmente, con las que solo interactuaba desde la virtualidad. Es muy gratificante”.
Brenda Howlin es directora, guionista y productora; comparte que también salió de su casa asustada, tensa y con temor, pero que llegó al Quijote y tuvo una sensación de alivio y seguridad que le permitió disfrutar sin miedo. “Me dio fuerzas y esperanzas salir de la virtualidad, encontrarnos, abrazarnos y que la lucha sea colectiva, que estemos todas juntas. Me emociona que se hayan cruzado tantos grupos, porque por un lado estaba “Maternidades Feministas” y por otro “Madres Artistas”, todas unidas por la misma causa”.
Madres Artistas (MA) es una comunidad de mujeres, madres, creadoras, impulsada por la escritora y creadora Barbara Duhau. A fin de año presentaron un libro, que lleva el mismo nombre y que contiene siete entrevistas a madres artistas, doce proyectos artísticos sobre lo materno, dos años de trabajo, varios meses de producción colectiva y una declaración poética de las madres artistas. “Nuestro arte es valioso, potente y transformador, para nosotras y para el mundo. Ser madres, crear y cuidar es muchas veces muy difícil e incompatible con lo que se espera de nosotras, pero acá estamos, seguimos creando a pesar de todo, nos unimos y nos reunimos, confiamos en nuestro arte y en todo lo que tiene para mostrarnos. Nos apoyamos en nuestro linaje, en nuestres hijes, en la potencia de la creatividad y, sobre todo, en la potencia de estar juntas”, expresa Bárbara para nombrar y presentar esta comunidad que también dijo presente este 8M.
De camino al subte que llevará a las madres autoconvocadas de vuelta a casa, siguen conversando. Cansadas de cargar mochilas, hacer upas, pensar qué van a cocinar cuando lleguen, preparar mochilas, cambiar pañales y con la satisfacción de, una vez más, haberlo conseguido, se relamen. Se saludan y se abrazan como si fuera el último combustible que necesitan para terminar el día hasta perderse entre el tumulto del andén. Aferradas a la construcción del afecto colectivo, se miran cómplices por la hazaña que otra vez consiguieron, Sol se despide y reflexiona: “Cuando todo parece derrumbarse porque ya no hay cuerpo capaz de seguir haciendo fuerza, seguramente será otra mujer la que junte los escombros y nos ayude a reconstruirnos». Una vez más, como tantas veces.

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