Microrrelatos, una iniciativa que reactualiza la pregunta por cómo contar el pasado
por Emilia Racciatti
Fragmentos de los testimonios de sobrevivientes del terrorismo de Estado, familiares de las víctimas, amigos o testigos ocasionales que vienen declarando en juicios de lesa humanidad en todo el país son insumo para la elaboración de «Microrrelatos», una serie de cortos audiovisuales que se nutre de la palabra pronunciada ante los tribunales para transformar los casos en historias a través imágenes, dibujos y animaciones.
Los cortos (http://www.juiciosdelesahumanidad.ar/microrrelatos.php#!/) están divididos en episodios y forman parte del sitio que la Secretaría de Derechos Humanos armó con la información que permite seguirlos en tiempo real, conocer día y hora de las audiencias y saber cuáles se pueden ver en vivo.
Causa Taffarel, Causa Vuelos. Entre Ríos, ESMA IV o Megacausa Campo de Mayo, son los títulos de algunos de los microrrelatos que combinan voces de las y los testigos con las de actores, actrices, estudiantes de teatro o abogados y abogadas querellantes de los juicios y arte de Federico Geller, Leandro Torres o Hugo Goldgel para potenciar el valor y el impacto del testimonio.
«El Ministerio Público Fiscal concentra los datos duros y hace informes periódicos, lo mismo hace el CELS, pero nos parecía que la Secretaría tenía que hacer algo sin superponerse y aprovechando sus recursos, ya que por un lado está toda el área de querellas con abogados en todo el país, por otro el Archivo Nacional de la Memoria que concentra toda la información que tiene en su guarda el acervo histórico, y por otro el Ruvte, que es el registro unificado de víctimas del terrorismo de Estado», explica Nicolás Rapetti, jefe de Gabinete de ese organismo.
El funcionario dice que esta propuesta surgió cuando advirtieron «el volumen infernal» de información con la que contaban y quisieron mostrarla «porque no hay mucha conciencia de ese trabajo y además hay muchísimos juicios que todavía están por llegar y si se quiere es una fortaleza y una falencia. Hay gente que después de 40 años está esperando justicia».
¿Cómo potenciar la palabra pronunciada en un ámbito judicial? Para Raquel Robles, escritora, fundadora y militante histórica de la agrupación H.I.J.O.S, «pasan dos cosas: por un lado, los juicios proponen una narrativa, es decir para testimoniar en un juicio hay que producir una narración y esta narración necesariamente tiene algunas implicancias funcionales porque todo recuerdo que se cuenta implica una narración y toda narración implica un cierto ordenamiento de los hechos y herramientas funcionales, pero por otro lado, existe la posibilidad de contar lo que nos pasó a través de los juicios».
La autora de «Papá ha muerto» dice que estos procesos judiciales «permiten escribir el pasado» y enfatiza: «Reivindicar una narración de lo que nos pasó frente a otro relato que dominó nuestras vidas, nos permitió combatir un relato que decía que no había pasado lo que nos había pasado y por otro lado, le permiten a cada quien construir a través del testimonio una narrativa de la propia vida».
En esa pregunta por la narración del pasado, por cómo no solo transmitir lo ocurrido sino también habitar la experiencia de lo que una sociedad decidió que no vuelva a ocurrir, se inscriben los Microrrelatos impulsados por la Secretaría de Derechos Humanos.
«Teníamos la necesidad de comunicar lo que se está haciendo en los juicios y teníamos fuentes directas entonces lo que hicimos fue encontrarle la vuelta para comunicar lo que ahí sucede de manera amigable. Son bastante hostiles los lugares en los que se llevan a cabo las audiencias, no es algo muy fácil para convocar a escuchar, así que convocamos a trabajadores de distintas áreas de la Secretaría y también a poetas, ilustradores», cuenta Rapetti.
Monica Zwaig es abogada, actriz y escritora, acaba de publicar su primera novela «Una familia bajo la nieve» y trabaja en el Ministerio Público Fiscal. Para ella, «los juicios son un lugar accesible para todos los que quieran escuchar algo sobre el pasado de Argentina ligado a los 70. Ahí se habla de ese pasado y de su impacto en las personas a nivel individual y en la sociedad a nivel colectivo, y también se habla del presente y del estado de la justicia hoy».
Zwaig hace una distinción: «Hay que tomar en cuenta que es solo una parte del pasado, porque en el juicio se aborda principalmente el tema de los crímenes y el pasado es mucho más que eso. Podríamos decir que es un relato sobre el pasado, ese relato está atravesado además por el lenguaje judicial, la estructura judicial, los límites de la justicia, y que hay otros espacios y otras formas de contar/hablar del pasado también. Los juicios por los crímenes de la dictadura son un hecho histórico en sí mismo, que se desarrolla ahora. A mí me interesa la pregunta sobre cómo contar estos juicios ahora, más que como contar el pasado».
Sobre cómo otros lenguajes como el arte o la literatura pueden dar cuenta de la experiencia de acontecimientos dolorosos del pasado, Robles dice que «a veces son el único modo de contar lo que pasó porque los hechos no transmiten lo que pasó, no logran tocar el carozo de la experiencia y mucho menos transmitirla. Los hechos tienen su propio peso pero a la hora de transmitir la experiencia el arte es la única herramienta».
La autora de la reciente «La última lectora» recupera a Primo Levy y su libro «canónico» de testimonios, «Si esto es un hombre», y cómo narra la llegada a Auschwitz, lo que pasó en ese viaje en tren, que «es muy duro pero es un episodio que queda de algún modo escondido frente a otros hechos que cuenta después».
Sin embargo lo compara con el trabajo que desde la ficción hizo Philippe Claudel, un escritor contemporáneo francés, en su libro «El informe de Brodeck», en el que retoma ese mismo episodio y asevera: «Logra tomar la esencia de esa experiencia y dispararla hacia otra anécdota que está muy cerca de la original, pero no lo es. Logra transmitir el peso de esa situación brutal del viaje en tren en el que están todos apretados y el sostenimiento de un padre y una madre de una niña pequeña con sed de un modo más brutal, toca las emociones de un modo más efectivo, no efectista, y de mayor alcance que el hecho real».
Robles asegura que «a la hora de transmitir la experiencia y lo que todo testimoniante pretende, que es contar para que no vuelva a pasar, la literatura, el arte tienen mucho que hacer y es a veces mucho más efectivo que el testimonio en un juicio».
Zwaig considera que «el arte en general, cualquiera sea su lenguaje, es fundamental para procesar y seguir procesando tanto a nivel individual como colectivo cualquier hecho histórico» y sostiene que «no es lo mismo lo que se puede contar en un juicio que lo que se puede contar en una novela».
«Tanto el cine como la literatura permiten abordar temas complejos liberándolos de la estructura del bien y del mal, del mandato, de la ley. Pienso además que el tiempo juega un rol fundamental, que a medida que pasa más tiempo, van apareciendo otros lenguajes, otras formas de contar y procesar y que la creatividad es tal vez lo único que no padece los límites del tiempo que pasa».