Nothing to hide
por Maia Kiszkiewicz
Andrea permaneció en estado vegetativo durante diecisiete años. Mientras estaba hospitalizada, su novio le creó un perfil en Facebook. La cantidad de personas que seguían a la identidad virtual de Andrea continuaba en aumento cuando ella despertó. Ahora es noticia y los consumidores de contenido audiovisual utilizan diferentes medios para ver su reacción cuando le cuentan qué pasó durante el último tiempo, en qué estado está el mundo y cuáles son las posibles futuras catástrofes. Andrea, su cuerpo, desnudo, sano —lo dijo un médico, no sabemos qué piensa ella—, sonríe y entra al show Nothing to hide (Nada que ocultar).
La obra no es una obra. Ocurre en un espacio escénico transformado. Entrar a la función es ser parte del show. O no. El espectáculo mediático existe más allá de la obra. Y esa realidad, Nothing to hide, que simula un programa de entretenimiento o es una obra creada por Melina Seldes y Bruno Catalano, se vuelve espejo, banaliza el sufrimiento ajeno para mostrar la banalización que hacen los medios del sufrimiento ajeno. Es una representación. No existe, pero es verdad. Igual que Andrea, o ese cuerpo que es hablado. Que se presta a serlo, se relaciona y se incluye en una sociedad en la que cada vez es más fuerte el consumo de lo espectacularizado como modo de relación. “Un cuerpo, cuerpos: no puede haber un solo cuerpo, y el cuerpo lleva la diferencia —determina el filósofo Jean Luc Nancy—. Son fuerzas situadas y tensadas las unas contra las otras. El ´contra´ (en contra, al encuentro, ´cerquita´) es la prioridad categórica del cuerpo. Es decir, el juego de las diferencias, los contrastes, las resistencias, las aprehensiones, las penetraciones, las repulsiones, las densidades, los pesos y las medidas. Mi cuerpo existe”.
“El concepto de la obra empezó hace más de 10 años cuando creamos, con Bruno, Nothing to Hide e ideamos a esa conductora vestida con esta desnudez y este modo de representar o interpretar las noticias —dice Melina Seldes, artista escénica, docente, investigadora, coach y directora del centro dedicado a la Documentación y Difusión de las Artes del Movimiento y la producción artística contemporánea—. Lo ideamos en Suiza, trabajo ahí hace varios años, y siempre quise hacer la obra en Argentina. Pero, más allá de mi deseo, sucedió algo: la pandemia reinventó algunas cosas e hizo que la realidad supere a la ficción. De repente todos teníamos una opinión y realmente el único modo, un poco por salud y estabilidad, era a través de la comunicación, de los medios, de las redes. Entonces apareció un escenario recontra propicio para que vuelva el show y para pensar, también, qué es este Nothing to Hide diez años después, en donde el mundo cambió muchísimo”.
Melina creó la obra y personifica a la presentadora de este show que vuelve a presentarse en septiembre y octubre. En definitiva, tanto ella como el personaje viven en un mundo en el que los medios de comunicación y las redes sociales mutan para ganar espacios. “En la sociedad expuesta, cada sujeto es su propio objeto de publicidad. Todo se mide en su valor de exposición. La sociedad expuesta es una sociedad pornográfica —dice el filósofo Byung Chul Han en el libro La sociedad de la transparencia—. Todo está vuelto hacia fuera, descubierto, despojado, desvestido y expuesto. El exceso de exposición hace de todo una mercancía, que «está entregado, desnudo, sin secreto, a la devoración inmediata». La economía capitalista lo somete todo a la coacción de la exposición. Sólo la escenificación expositiva engendra el valor; se renuncia a toda peculiaridad de las cosas. Éstas no desaparecen en la oscuridad, sino en el exceso de iluminación: «Más, en general, las cosas visibles no concluyen en la oscuridad y el silencio: se desvanecen en lo más visible que lo visible: la obscenidad»”. “En un primer momento, Andrea estaba pero su cuerpo, no. Era la misma obra, sin el cuerpo. Pero nos dimos cuenta de que era necesario que apareciera el cuerpo que recibe la violencia. No alcanzaba con nombrar”, cuenta Melina.
Resulta clara la unión entre las palabras de Han y el personaje de Andrea. Vemos un cuerpo tan iluminado que desaparece.
La apuesta en la obra es extremar esa invisibilidad de la voz de Andrea para mostrar los distintos niveles de violencia en la carne. Y la incomodidad llega directo porque dramatúrgicamente el personaje involucra al espectador. Andrea no es sólo Andrea, es una del público, podría ser cualquiera. Andrea es sobre quien se ejerce la violencia en sus distintos niveles, el morbo de esa violencia, y el doble juego: ella lo acepta para estar ahí, en el show. Pero ¿qué precio está pagando?, ¿por qué no habla?, ¿por qué no dice: “Me quiero ir”? Bueno, porque ésa es la regla del juego de esta perversión, de esta violencia en la que sólo hay entrada. Una vez que estás adentro, sos eso.
Andrea está en el show. Todos podemos estar alguna vez en este supuesto estrellato. Que, incluso, ya no es el momento de fama, ahora es estar cerca de alguien. Es casi. Porque, de todos modos, a Andrea la fama le dura la hora que está en el programa, no es que después pasa a ser una estrella. Entonces aparece la utilización, ese lugar de objeto en el que uno se pone para sostener eso que ahora es un estar cerca, estar con alguien. Pertenecer.
Aparece lo positivo. El yoga de la risa, por ejemplo. Reírse de forma voluntaria, como ejercicio. Y resulta violento.
Se torna violento cuando pasa a ser moneda de consumo. Cuando es el precio del bienestar. Para todo hay que pagar, y no con dinero. ¿Qué es lo que tenés que dejar?, ¿cuál es el precio?
Es ahí cuando se pone perturbadora la obra aunque, en realidad, decís, bueno, es verdad, la risa hace bien. Nadie va a decir que la risa hace mal.
Pero cuando hay que reír, hay que estar bien, se crea una simulación de bien que en realidad tapa muchas cosas.
Tapa lo particular, individual, subjetivo. Lo que te pasó, lo que pensás. Nos hace una homogeneidad.
Es lo que se muestra en Instagram, por ejemplo, donde las opciones para reaccionar son corazón o nada.
El supuestamente estar bien, vende. No tener ese rastro particular de lo que uno es, de la propia vida. Uno queda invisibilizado. Y eso es, también, el rol de Andrea. Esa invisibilización y la venta, el show del show. Ni es el yoga de la risa, es el show del yoga de la risa.
Un show que incluye al público. Hay una interpelación directa, preguntas concretas sobre el vínculo con el peligro, la depresión.
Es una obra de teatro, pero para que funcione la gente tiene que pensar que está en un estudio de televisión, en un contexto distinto. Que no está siendo espectador de una obra de teatro sino de un show. Se lleva a cabo en un espacio teatral, pero no evoca todo el tiempo que es un espacio teatral. Hay dos lógicas. La obra de teatro que hacemos nosotros y el show Nothing to Hide, que es el que hace ella y en el que está Andrea.
La interacción con el público nos daba la posibilidad de subrayar el entretenimiento, el juego. Es un show y el público es espectador de Nothing to Hide, no de una obra de teatro. Estamos todos dentro de ese mundo, incluidos nosotros como hacedores. Por eso siempre tuvimos claro que no haríamos una obra pedagógica, panfletaria. No buscamos ubicarnos en un saber sobre el del espectador. Somos personas que estamos, también, metidas en este conflicto mediático.
Sábados 17 y 24 de septiembre a las 21hs, los domingos 18, 25 de septiembre a las 20hs, y los domingos 2 y 9 de octubre a las 20hs, en el Espacio INCLAN de calle Inclán 2661, CABA.
Fotos: Pablo Ariel Bursztyn