Paco Urondo. «La Patria fusilada»
El 17 de junio de 1976 era asesinado en Mendoza Francisco «Paco» Urondo, responsable de la Regional Cuyo de Montoneros, militante popular, poeta, periodista y autor del célebre libro «La Patria fusilada», en el que denunció la «Masacre de Trelew» perpetrada por oficiales de la Armada el 22 de agosto de 1972.
Su figura no sólo dejó huellas en el plano político, sino también en las letras, ya que fue el poeta que escribió: «del otro lado de la reja está la realidad, de este lado de la reja también está la realidad; la única irreal es la reja; la libertad es real aunque no se sabe bien si pertenece al mundo de los vivos, al mundo de los muertos…».
El 17 de junio de 1976, en Guaymallén, Mendoza, el auto en el que viajaban Urondo, su mujer Alicia Raboy, la hija de ambos, Ángela Urondo, de ocho meses, y la compañera de ambos, René «la Turca» Ahualli, fue interceptado a balazos por fuerzas de seguridad.
El entonces responsable de la Regional Cuyo de Montoneros decidió mentirle a su mujer y decirle que había tomado una pastilla de cianuro, con la intención de que ella escapara junto a su hija, pero en verdad lo secuestraron y asesinaron a golpes.
Alicia Raboy fue secuestrada y trasladada al Departamento 2 (D2) de Inteligencia de la policía mendocina que funcionaba en el Palacio Policial, a dos cuadras de la Casa de Gobierno -el centro clandestino más importante de esa provincia-, y nunca más se supo de ella.
A su beba Ángela, su familia materna la halló 20 días más tarde en la Casa Cuna, luego de haber pasado también por el D2. La adoptó una prima de su madre, pero recién a los 20 años conoció su verdadera historia.
El 6 de octubre de 2011 el Tribunal Oral Federal 1 de Mendoza condenó a prisión perpetua a cuatro ex policías y aplicó la pena de doce años de prisión a un ex teniente acusados por crímenes de lesa humanidad, entre ellos el de «Paco» Urondo y Alicia Raboy.
En abril de 1973 escribía, en la Cárcel de Villa Devoto, donde compartió celda con los sobrevivientes de Trelew, luego desaparecidos como él: «los sueños, sueños son; los recuerdos, aquel cuerpo, ese vaso de vino, el amor y las flaquezas del amor, por supuesto, forman parte de la realidad; un disparo en la noche, en la frente de estos hermanos, de estos hijos, aquellos gritos irreales de dolor real de los torturados en el ángelus eterno y siniestro, en una brigada de policía cualquiera, son parte de la memoria, no suponen necesariamente el presente, pero pertenecen a la realidad».
Lo mandaron a morir. En Mendoza era conocido y era difícil estar clandestino.