Plaza de Mayo enrejada
La exclusión manifiesta
¿Usted imagina la Plaza Mayor de Madrid, la Plaza España de Roma o la Plaza del Zócalo de México enrejadas? Sin duda que no. En la mayor parte del mundo no hay plazas enrejadas o valladas, mucho menos en las urbes que se precian de ser atractivos turísticos. Asunción en Paraguay y Buenos Aires en Argentina son dos ciudades que compiten en metros cuadrados de enrejados del espacio público. La primera no tanto, pero la segunda: Buenos Aires, que aspira a posicionarse como un polo turístico de preponderancia en Latinoamérica, bate el récord: la cuarta parte de las plazas y parques de la Ciudad están enrejados.
La obsesión por las rejas de Horacio Rodríguez Larreta, alcanzó este fin de semana a la histórica Plaza de Mayo. La vorágine reformista incluye convertir las rupestres vallas policiales en un enrejado de altas, espesas y puntiagudas flechas de metal. Las rejas delimitan la distancia que el cenáculo del crecimiento invisible mantiene con el pueblo que lo votó. No simbolizan un espíritu de dialogo, sino de confrontación.
¿Cómo explicarán los guías de los tours urbanos el sentido de una plaza dividida por un enrejado? ¿Dirán que se trata de una manera de proteger el patrimonio del vandalismo ciudadano? Sin duda, este argumento resulta temerario y nada atractivo para alentar el turismo foráneo.
¿Qué representa una reja? “Del otro lado de la reja está la realidad, de este lado de la reja también está la realidad; la única irreal es la reja”, afirma Paco Urondo en el poema La verdad es la única realidad. Una reja separa, aparta o encierra. Una reja convierte el espacio público en un lugar de exclusión. Una reja divide, impone una restricción o resguarda un sitio de privilegio. Una reja no transforma la realidad, la distorsiona. Una reja es la metáfora de la disociación de esa realidad.
Desandar la memoria
“Una plaza enrejada anula un trayecto, que es un inicio o un camino hacia el conocimiento de algo”, apunta la licenciada Mónica Capano, especialista en Patrimonio Cultural y coordinadora del Observatorio de Patrimonio y Políticas Urbanas. Lo dice citando al poeta y pintor belga Henri Michaux “antes de ser obra, el pensamiento es trayecto”. Podemos agregar a esta idea, que es la memoria histórica es el trayecto que se intenta anular.
La Plaza de Mayo, considerada como el ágora popular, fue el primer espacio público con que contó la Colonia. Juan de Garay destinó un solar para Plaza Mayor en el trazado que hizo de la aldea. Alrededor de la plaza se erigieron los edificios más significativos: hacia el Este se levantó el Fuerte, hacia el Norte, la Catedral y hacia el Oeste el Cabildo. En el centro de la plaza, Juan de Garay leyó el Acta de fundación y plantó el Rollo de la Justicia, un madero donde se colocaban los bandos y disposiciones reales y se impartía castigo a los condenados. Fue mercado, plaza de toros y espacio común. Tras las Invasiones Inglesas pasó a llamarse Plaza de la Victoria.
En 1803, una galería de dos alas unidas por un arco central, a la que se denominó La Recova, cruzaba plaza de lado a lado por la mitad. El objetivo de esta construcción no era dividir la Plaza, a la que siempre se la consideró como una unidad, sino albergar comercios y proteger a los vecinos de la lluvia. En 1884, Torcuato de Alvear derriba La Recova y la Plaza de la Victoria pasa a ser Plaza de Mayo. Por entonces, todas las instituciones del poder convergen a su alrededor: la Catedral, el Cabildo y el Fuerte, la Casa Rosada, la Municipalidad, las Cámaras y la Suprema Corte, esto la transforma en un espacio donde los ciudadanos se dan cita para expresarse ante las autoridades: ámbito del ritual patriótico, de puebladas, de asambleas de vecinos que, después de Pavón, se convirtieron en manifestaciones públicas de protesta.
“Es justamente esta carga simbólica de interpelación la que repele cualquier intento de utilizar dispositivos de control o disciplinantes”, dice Mónica Capano y explica: “La intervención con el cerramiento de rejas que parten una unidad paisajística en dos, se abrirán discrecionalmente en determinados momentos de la jornada, hará de la Plaza un lugar sin la configuración del espacio público, casi exclusivamente definido por el pasar de individuos. Lo que nos lleva a pensar en aquello que intentó la dictadura de 1976, al evitar que las que se llamarían con el tiempo Madres de Plaza de Mayo se reunieran: recordemos se las obligó a circular, creyendo, sin saberlo, que, de esa forma, convertirían su paso en un simple tránsito; la historia mostró lo contrario”.
“En un ejercicio contrafáctico, de haber existido las rejas, de seguro que las Madres no hubieran podido hacer visible el accionar criminal de la Dictadura Militar, dando por tierra con derechos como el de la libre circulación. No hay duda que resultará difícil de evocar y dar cuenta de esta lucha con las rejas y sin los pañuelos pintados”, plantea Capano y enfatiza “La Plaza que hemos conocido era un lugar antropológico, sede de identidades diversas puestas en contacto, de prácticas nuevas y viejas que se superponían, de signos materiales -los edificios, parte de los edificios, los elementos decorativos, las pinturas sobre el suelo- que nos interpelaban como significantes aportando sentidos al tránsito por ese espacio, y convirtiéndolo en trayecto. Era imposible atravesar La Plaza sin hacer la lectura de los significados que histórica y culturalmente, distintas generaciones de argentinos y argentinas le han adjudicado tanto individual como colectivamente”.
“Este paisaje que es la Plaza de Mayo, escrito y reescrito en sucesivas décadas dejando hitos de memoria, lugares de referencia y disparadores simbólicos que podemos reconocer cotidianamente, no puede ser modificado por fuera de la participación de una comunidad que es la única que puede determinar la autenticidad de un patrimonio”, enfatiza Capano y reseña: “La Plaza de Mayo ha sido el centro de la vida política argentina desde siempre para la gran mayoría de la ciudadanía porteña: punto de arribo de tantas marchas reivindicatorias iniciadas en el Congreso, de fiestas patrias, de encuentros contestatarios de todos los colores políticos- de bombardeos sobre civiles inertes, de encendidos discursos políticos, de asunciones presidenciales, de funerales. La Plaza de Mayo fue el lugar que construyeron los ‘cabecitas negras’ en la irreverencia de meter las patas en la fuente, pero también la plaza convocada por un periodista en apoyo a un gobierno neoliberal”.
“La intervención en la Plaza de Mayo y su aislamiento mediante rejas anula el concepto de espacio público urbano, entendiendo a éste como el lugar del encuentro entre sujetos heterogéneos”, señala Capano y encuadra este accionar en la estrategia de hacer efectiva la teoría de control y disciplinamiento social desarrollada por Foucault en su libro Vigilar y Castigar.
Área de Protección Histórica
La intervención en un espacio histórico requiere criterios de conservación y protección especial que están especificados en el Código de Planeamiento Urbano, donde se establece que en el espacio propio de la Plaza de Mayo sólo se permitirán trabajos de conservación y mantenimiento de los elementos preexistentes. Todo proyecto modificatorio deberá contar con visado previo de legislativo y ser aprobado por Ley.
“La Legislatura no aprobó ningún proyecto de modificación de la Plaza de Mayo y mucho menos la instalación de rejas que no puede ser considerado como un trabajo de conservación ni de mantenimiento”, dice Jonatan Baldivieso, presidente del Observatorio del Derecho a la Ciudad. El abogado no solo considera que se violó el Código de Planeamiento Urbano, califica la totalidad de la reforma como un “desmedro al patrimonio nacional”.
“Las rejas nunca formaron parte del diseño histórico de la Plaza de Mayo”, añade la licenciada Capano y califica el enrejado como una operatoria de remoción de referencias culturales: “Se extirpan marcas urbanas de resistencia, de lucha, de memoria, en síntesis, marcas políticas que un patrimonio en uso ofrece en el marco de la cotidianeidad y la habitabilidad, o sea, se pretende transformar un espacio público en un lugar controlado, una especie de museo que, a través de entradas y salidas vigiladas, y de horarios impuestos, destruyendo toda relación dinámica con nuestro presente. Valgan las comparaciones con los intentos del dictador Videla para remover del mármol de la fachada del Ministerio de Economía, las señales de los bombardeos”.
Obras sin cartel
En el Boletín Oficial del 28 de febrero de este año, apareció publicada la contratación, de un servicio de relevamiento y control de señalización en obras, reportes y estadísticas del Plan de Obra de la Ciudad, donde se adjudica el servicio de relevamiento y control de señalización en obras, a la significativa agencia de marketing profesional “Prado del Ganso S.A.”[1] que percibe por estos servicios, nada menos que 3.500.000 pesos. La fecha de la resolución de la Jefatura de Gabinetes de Ministros data del 28 de junio de 2016. No obstante, la mayor parte de las obras que ejecuta el Gobierno porteño, entre ellas la reforma de Plaza de Mayo, carecen de la transparencia: Un cartel de obra donde esté indicado el número y tipo de licitación, el monto, el plazo de ejecución, el nombre de la empresa contratista, el o los arquitectos responsables y los trabajos que se están llevando a cabo.
La llamada puesta en valor de Plaza de Mayo, que parece concluir en un nuevo enrejado, ha modificado el ancho de veredas: nivelando el solado de Balcarce con la explanada de la casa Rosada, reemplazando los cordones de granito los por cemento. Ha colocado mosaico granítico e iluminación embutida en el piso, ha sustituido el equipamiento existente por otros de diseño contemporáneo. Pero por sobre todo, ha logrado que se esfumaran piezas históricas: entre ellas, las baldosas donde estaban impresos los pañuelos blancos que mostraban el lugar por donde, en forma incansable, las Madres han efectuado sus rondas semanales. Esta irrespetuosa intervención, la falta de cartel de obra y el absoluto desconocimiento del estado del arte del patrimonio motivaron al Observatorio del Derecho a la Ciudad y al Observatorio de Patrimonio y Políticas Urbanas a presentar una acción de amparo ante la Justicia Porteña, requiriendo en primer término la quita del enrejado de la histórica plaza.
¿Será justicia?
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[1]. Dos datos a tener en cuenta:
- La batalla de Prado del Ganso fue la primera y última batalla terrestre que se libró durante la guerra de las islas Malvinas en 1982. El enfrentamiento, que se saldó con la rendición de las fuerzas argentinas, se desarrolló en toda la extensión del istmo de Darwin entre 27 y 29 de mayo.
- La agencia de marketing profesional Prado del Ganso S.A., fue contratada a principio de año por la gestión de Gobierno porteña para brindar el “servicio de producción integral del evento ‘Buenos Aires Playa 2018”, que incluyó la instalación de este espacio acuático o «falsa pileta», por la cifra de 39 millones de pesos. A dos días de su inauguración, la pintura celeste de la superficie comenzó descascararse.
Foto: Espantarrejas