Producción de alimentos desde el pueblo y para el pueblo
por Miranda Carrete
La alimentación es una falencia en las villas. Lxs vecinxs aseguran que el Gobierno de la Ciudad envía productos que a veces están en mal estado, son de dudosa procedencia o escasos niveles nutricionales como sémola, polenta y mate cocido, alimentos que solo sacian el hambre, más no alimentan. Ante este panorama las organizaciones de la ciudad y el campo, que hace años trabajan en estrategias para que los alimentos lleguen a los hogares más empobrecidos, crearon la Red de Comedores por una Alimentación Soberana en el marco de la pandemia y la emergencia alimentaria por el COVID 19. En este contexto María Echeverría vecina de la villa 21-24 y referenta del comedor Celia González manifiesta con preocupación: “Perdimos a una compañera por un gobierno ausente, no queremos una Ramona más.
Actualmente, la Red brinda comida a más de 65 mil personas en la Ciudad y la Provincia de Buenos Aires. Se trata de una respuesta que se gestó desde las asambleas en los barrios y una necesidad concreta: el hambre y la falta de respuestas eficaces desde los gobiernos. Además, la Red propone alternativas de alimentación que conjugan la producción campesina, soberana y agroecológica a precios populares para posibilitar una alimentación sana y sustentable. “Comprar verduras acá es muy caro. Un kilo de tomate sale más de $200 y la fruta es imposible de comprar. No llegamos a cubrir los gastos de la canasta básica familiar”, hoy valuada en más de 66 mil pesos, según el INDEC.
“Ante la necesidad y el hambre, comemos lo que hay; pero si podemos, de la mano de la organización, acercar alimentos, sanos y saludables, que además respalden la producción agroecológica, eso potencia la posibilidad de una vida un poco más digna”, expresa Mercedes del Frente de Organizaciones en Lucha, uno de los espacios que integra la Red de Comedores por una Alimentación Soberana. Mercedes es docente y colabora en el comedor “La Unión hace la Fuerza”, ubicado en Zavaleta. “Armamos una red en relación a la necesidad de soberanía alimentaria, en términos políticos, económicos y sociales. La producción de alimentos desde el pueblo y para el pueblo”, dice.
Generar espacios de debate con otras organizaciones les permitió sacar a la luz temas como la salud en el barrio, las enfermedades, que muchas veces son causadas por la mala alimentación. Tal como indica Soledad Barruti en su libro Mal Comidos, «la lógica que impone el mercado es una sola: ganar la mayor cantidad de dinero en el menor tiempo posible. No nutrir, no cuidar, ni siquiera hacer algo saludable: simplemente ganar lo más que se pueda». En esa línea el Observatorio Villero de La Poderosa, indica que en la Villa no existe salud integral, por lo tanto la expectativa de vida no llega a los 70 años. La mala alimentación, la falta de trabajo y de atención médica, son algunas de las causas. En ese sentido, la Red de Comedores busca acercar otras posibilidades a los barrios más vulnerados, donde el Gobierno de la Ciudad se ausenta y quiénes deben tomar la posta son las organizaciones sociales y los propios vecinos.
Soberanía alimentaria en el campo y en la ciudad
¿Qué hay en lo que comemos? ¿Cómo se produce? ¿En qué condiciones? ¿Bajo qué modelo productivo?, poder cuestionar todo eso y decidir como pueblo cómo queremos alimentarnos es una forma de ir hacia la soberanía alimentaria. Para poder seguir construyendo modelos de producción más sanos e ir hacia la comercialización directa del productor al consumidor, se necesita la decisión política de un Gobierno que otorgue a las familias productoras y a las organizaciones campesinas la tierra para trabajar y vivir. Es por eso que la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) está reclamando el tratamiento en el Congreso de la ley de acceso a la tierra, una iniciativa para acceder a una vivienda digna y tierra propia, donde se puedan producir alimentos agroecológicos de calidad y a precios justos.
“Construimos el tejido social en cada uno de los territorios, ponemos la emergencia alimentaria en primer plano. Organizamos feriazos, verdurazos o actividades similares, para garantizar el acceso de productos a precios populares y dar a conocer la red en todos los barrios”, cuenta Mercedes. Las organizaciones se reúnen mensualmente de forma asamblearia en las villas para pensar estrategias con las familias, sin embargo “se necesitan políticas públicas para resolver los problemas de la emergencia alimentaria”, reflexiona. “Actualmente en el comedor ‘La unión hace la fuerza’ se entregan 400 raciones diarias. Un número que se incrementa en barrios como Villa 20 y Lugano, dónde se llegan a las 800”. Muchas ollas populares surgieron en la pandemia ante la emergencia alimentaria, económica, la falta de trabajo y la ausencia del Estado. Algunos espacios aún no tienen un reconocimiento oficial para recibir financiamiento, pero se sostienen gracias a la voluntad y militancia de los vecinos y la articulación con la UTT.
Una de las iniciativas de la red es brindar talleres de alimentación saludable a quiénes trabajan en los comedores, con el objetivo de poder acceder a una mejor alimentación. “No puede ser sólo un privilegio de clase comer saludable”, lanza María. Esos espacios de formación son fundamentales para saber cómo manipular algunos alimentos y conocer qué condimentos usar para que sean más nutritivas las ollas. María destaca que “esta organización nos permitió acceder, por ejemplo, a las legumbres, algo muy difícil para nosotros. También nos ayuda a organizar y estirar la moneda para llegar a fin de mes”.
Los comedores gestionados por las organizaciones sociales y vecinales, necesitan ser reconocidos de manera oficial, por el Gobierno de la Ciudad, para recibir raciones de comida, productos o financiamiento. Reconocerlos, también es otorgar derechos a lxs trabajadorxs que sostienen esos espacios. “El gobierno nos promete cosas que no cumple. Hay cientos de compañeras que trabajan a diario y hoy lo hacen de forma solidaria. Estamos llegando a noviembre y aún no tuvimos el aumento de ración, una mentira más de Larreta”, explica María sobre la situación de las trabajadoras de “Celia González”, donde los insumos son costeados por quiénes asisten a las ollas a través de rifas, la venta de la revista, actividades o donaciones.
Feminismos Villeros al frente
Mercedes asegura que el 95% de las compañeras que trabajan en el comedor son mujeres. “Somos quienes hemos quedado en la marginalidad, quienes no hemos podido acceder a un trabajo o a un empleo formal”. Y suma que históricamente las mujeres, lesbianas, travestis y trans han protagonizado los movimientos piqueteros, organizándose para visibilizar las desigualdades estructurales, acompañar en las situaciones de violencia y conseguir trabajo. En el comedor en que ella participa lograron, gracias al programa de empleo “Potenciar trabajo”, que las trabajadoras y trabajadores puedan percibir un salario social por las actividades. “Nosotrxs también tenemos derecho al trabajo con todos los derechos”, enfatiza y subraya la necesidad de concientizar sobre el trabajo remunerado y con condiciones dignas para quiénes se ocupan de alimentar a cientos de familias.
María está terminando el secundario en La casa de las Mujeres y las Disidencias de La Poderosa, un espacio que levantaron las vecinas para acompañarse y escucharse. “Somos las mismas vecinas las que no llegamos a fin de mes, las que vivimos situaciones de violencia y las que sostenemos las ollas populares dentro del barrio”, dice y se le quiebra la voz cuando recuerda que durante la pandemia se multiplicaron las familias asistentes a los comedores y merenderos. Muchas personas perdieron su trabajo y tuvieron que recurrir a estos espacios para conseguir un plato de comida. Hoy alimentan a alrededor de 500 familias, en uno de los barrios más pobres y más poblados de la Ciudad, actualmente con más de 65 mil habitantes. “El 75% de quiénes asisten al comedor son mujeres. En este espacio acompañamos muchísimas situaciones de hambre, de vulnerabilidad y violencia de género” dice María y agrega que a esa situación se suman las tareas de cuidado y la necesidad de terminar los estudios. Sabe que la educación puede darle otras oportunidades dentro del mundo laboral. “Somos las que llevamos la economía a nuestra casa, queremos ser reconocidas y necesitamos salario para las compañeras, y para que estos espacios sigan existiendo”, realza.
“Ante el Estado Indiferente, las Villeras al frente”, indica uno de los carteles de la Casa de las Mujeres y las Disidencias de La Poderosa. Pensar la soberanía desde los cuerpos y las decisiones es clave para tejer redes en los barrios y luchar por una vida más digna con derechos para todes. “Somos nosotras quienes construimos ese tejido social, quiénes sostenemos los espacios, quiénes nos acompañamos y quienes hacemos que todo no sea peor de lo que podría ser”, concluye Mercedes.
Esperemos que en el Congreso de la Nación se promulgue lo antes posible la Ley de acceso a la Tierra para vivienda y producción de alimentos sin agroquímicos , por una alimentación sana para todo el Pueblo argentino , que todos y todas puedan disfrutar de ella.