Que no nos roben el cielo
por Cristina Sottile
“Calle, donde resbalaba la tristeza sobre el manto agrisado de tu asfalto.
Calle, que cuando niño, gambeteando sombras, fuiste marcando un latir de barrio.
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Pero ¿Qué otras cosas estarás callando, escondidas bajo el asfalto y que nunca llegaré a saber?».
Horacio D’Alessandro
Cachimayo 1300
El título de esta nota ha sido tomado del discurso de vecinas y vecinos de Parque Chacabuco, que en estos momentos ven su calidad de vida amenazada ante el avance inmobiliario que promete instalar de manera brutal torres de 20 m de altura, en un barrio de casas bajas, como lo presentan en publicidades varias, mencionando que es un plus para quien acceda a vivir en este engendro “apto para inversores” (sic) la vista del cielo y el horizonte.
Vistas de las cuales serían privados quienes hace años eligieron vivir en el barrio, por la baja altura de las construcciones, por las relaciones sociales saludables que se generan entre personas que habitan la misma comunidad, por la posibilidad de mantener aun en la ciudad capital el contacto con la Naturaleza: el cielo, el aire, los árboles, un jardín o una huerta tal vez.
Pero resulta que todo lo mencionado tiene un precio.
No valor, precio. El mercado, esta producción cultural humana que ve la posibilidad de negociar y obtener ganancias con toda necesidad o deseo, también lo está haciendo en este caso.
Ven el lugar que elegimos para vivir y en el que está inscripta nuestra historia, como terrenos donde erigir futuras enormes construcciones con destino de inversión, que modifican para siempre no solamente el paisaje urbano, ese que reconocemos y en el cual nos reconocemos por haber aportado en su construcción, sino que también modifica radicalmente las relaciones sociales promoviendo un individualismo feroz y una fragmentación social que solamente es ventajosa para quienes lucran con las tierras, es decir con las vidas de quienes las habitan, tal como lo hiciera Roca.
La acumulación de capital y su distribución social es la fuente de los grandes conflictos armados, y también de las desjerarquizaciones e la invisibilización de sectores sociales sobre la base de preconceptos instalados de manera no inocente, a fin de construir un sentido común que abone la proposición que nos dice que mejor no relacionarnos con los distintos, con aquellos que no son “como nosotros” porque son peligrosos.
La instalación del miedo social es el mayor logro de los aparatos mediáticos hegemónicos, que a través de miles de bocas emiten una sola voz, la de la exclusión.
Asimismo, la producción de un sentido común, esto es el saber no fundamentado circulante socialmente, borra contenidos, líneas históricas y sobre todo disminuye de manera drástica la capacidad crítica de los consumidores de noticias, que ponen su fe en quien las emite más que en comprobaciones, o se informa a través de redes sociales de contenido por lo menos dudoso, sino malicioso y que obedece a intereses políticos y económicos que no quedan en evidencia en los imaginarios nombres de muchos de los que participan en ellas según instrucciones.
Cuando en un barrio como Parque Chacabuco se presenta como ventajoso no tener que salir del edificio construido frente al mayor Parque de la zona, se está apelando al sentimiento de inseguridad previamente instalado.
¿Qué clase de barrio es este barrio? Quienes hoy lo habitan se cuentan historias que relatan los ancianos de la cuadra, los abuelos y abuelas de las familias, donde se mezcla el cine Asamblea, el Puma que no es un Puma pero para el barrio lo es, la fuente de los sapitos, la salvajada de la Autopista, la Medalla Milagrosa, iglesia que vio casarse a muchas parejas de la zona, la cancha de San Lorenzo, los colores del club, la comunidad coreana, la procesión de la Virgen de Copacabana, las baldosas de los desaparecidos del barrio, los centros culturales y la feria del Parque.
Quienes llegaron a esta zona, a principios del siglo XX, fueron inmigrantes de orígenes diversos, que veían como la única posibilidad de construir su casa esta zona, barata por inundable y por alejada de todo.
“Unos panes y tal vez algún vaso de vino, apuntalaban el descanso tan merecido, luego de la pesada tarea de construir aquella vivienda. Luego de cuatro años de espera, la habitaría desde 1906 junto a su mujer e hijos”.
La Mudanza, Horacio D’Alessandro
Y así llegaron, como también llegaron abuelas y abuelos de quien escribe, y se ayudaron a construir sus casas, y trajeron hermanas y hermanos que supieron casarse, tener hijos, enviarlos a la escuela, y juntarse los domingos para los ravioles gloriosos de la Tía Rosa, antes de ir al partido.
“Catalogados como terrenos oscuros y bajos, eran adquiridos por gente de trabajo con la sola esperanza de construir viviendas con sus manos. De modo que entre solidaridades, lejanías y labranzas, iban apartándose de pesares, al alejarse de inquietantes temores ajenos, obligándose en lo positivo del hacer, pensando en el futuro de mi descendencia”.
Apuntes acerca de los inicios de Parque Chacabuco, Horacio D’Alessandro
Existe, en estas maniobras de comprar viviendas donde habitan familias para construir edificios para inversores, una perversa práctica del capitalismo neoliberal, un necesario proceso de desplazamiento de población, que avalado desde el Estado siempre es violencia institucional. No importa que el medio sea la subida brutal de cargas impositivas, el peaje-a-todo, la falta de cuidado en calles a fin de desanimar, el encarecimiento o la falta de provisión de servicios, la decisión de no construir más escuelas y si es posible cerrar varias, o la acción directa tales como quema de conventillos en La Boca o desalojos con el apoyo de alguna fuerza “del orden”. Todo apunta hacia el mismo objetivo: la población, que es una molestia y no merece vivir en la capital, debe cruzar el Riachuelo, la General Paz, e instalarse donde pueda en ese conurbano que algún exponente de estas políticas describió como “africanizado”.1
De esto hablamos cuando decimos gentrificación, palabra que no debemos olvidar, ya que la expulsión, el desplazamiento también puede estar dirigida a nosotros y nosotras.
La diversidad en el barrio y el intercambio de culturas, solo es aceptable en este marco en la puesta en escena de una feria de comidas o una muestra de danzas típicas: lo exótico, lo que pertenece a otro lugar.
No es aceptable en el barrio la ceremonia boliviana del día de Muertos, porque eso es lo disruptor, lo distinto, en fin, lo peligroso. Los acentos diferentes son vistos de soslayo porque provienen de zonas desconocidas del mundo, y el uso de las palabras no siempre refiere a las mismas cosas.
Quienes crecieron en una familia diversa en comidas, dialectos, idiomas de origen, relatos mágicos, de guerras y trabajos, pudieron acceder a diversas versiones y lecturas de la realidad, y esto es un bien cultural precioso porque provee una mejor comprensión del mundo.
“Lo verdaderamente curioso era que esa diversidad sonora estaba construyendo una comunicación nueva. Pertenecía al ámbito de un idioma incipiente, donde sus habitantes, al verbalizar sus experiencias, acariciaban el ansia por crecer. Soñaban con pertenecer a esa corriente idiomática que los unificaba; advirtiendo, en ocasiones, que los receptores vivían resignados a esforzarse para interpretar las diferencias. Este idioma que se aventuraba a aparecer con la esperanza de hacerse entender, desconocido, casi inventado, llegaba indirectamente desde regiones distantes. Su notoria diversidad albergaba la esperanzada necesidad de incorporarse al medio que les diera cobijo de manera inmediata. Parecía que emisores y receptores estuvieran urgidos a unificar esfuerzos para participar dentro de la nebulosa desconocida que comenzaba a surgir”
Vivir el Barrio, Horacio D’Alessandro
Y entonces, cuando llegan los sin alma con sus máquinas para apropiarse, demoler, tapar el sol, matar árboles y robar el cielo, es cuando las y los ciudadanos que viven en los alrededores cobran noción de la potencial pérdida y salen a defenderla, como salían los aldeanos en los cuentos a enfrentar a los dragones: con sus herramientas de trabajo, su voz, sus libros y sus comunicaciones. Con la misma desventaja, pero con el mismo valor.
El robo del paisaje identitario es una de las mayores violencias urbanas que se producen desde las gestiones neoliberales, ya que al eliminar los hitos a través de los cuales evocamos no solo la propia historia sino la Historia, emplazada en los lugares transitados, este borrado de memoria colectiva produce una alienación para con el lugar en que se vive, no hay pasado, no hay presente significativo, no hay proyecto de construcción salvo en lo individual. Lo cual, cualquiera puede notar, es muy cómodo para el mercado y sus avatares en oficinas, estamentos estatales y bancos involucrados: si nada afecta personalmente, si nada duele cuando falta, no hay oposición que molesta a la hora de diseñar emprendimientos encuadrados en el nuevo y globalizado extractivismo urbano.
Cuando una compañía minera se retira, ha desaparecido una montaña, un cerro, un lago, se contaminaron las aguas y la fauna y la flora mueren. Pero las compañías extractivistas no tienen más que buscar otra montaña e instalar la idea del beneficio económico, que en el largo plazo nunca es para la comunidad y menos para el medio.
Cuando la ciudad se hace invivible (se puede ver en zonas de Bogotá o de San Pablo), los emprendedores se retiran a seguir destruyendo en otra parte.
Así de simple. Nunca pierden, no tienen urgencia, pueden esperar a que las personas, que quieren vivir su vida, se distraigan, entonces basta con dar una orden desde su lugar de descanso para que la pesadilla se reinicie.
“Fotos mostrando la solemnidad de la Iglesia de la Medalla Milagrosa, cuya virgen montada sobre la altura de la torre principal, concebida por el escultor Santiago Chierico, augura la cálida bienvenida con sus manos abiertas y lanza su mirada protectora hacia el más extenso cantero del parque”.
Fotos, Horacio D’Alessandro
Esto se perdería irremediablemente, con el telón de fondo ensuciando el perfil edilicio que se reconoce como identitario. Durante mucho tiempo formó parte del emblema de la Comuna 7, hasta que fue reemplazado en una nueva selección por el Puma del Parque Chacabuco, otra marca de identidad barrial.
La oposición a esta desmesurada e inconsulta construcción que nada bueno aporta a la comunidad de Parque Chacabuco, se ve expresada en estos días en medios barriales y de los que tienen mayor llegada. Por ejemplo, en el diario Clarín, a contrapelo de todas sus columnas destinadas a protestar contra el “encierro” obligado por una pandemia mortal, se promocionan estas torres como “lo que viene”, “la nueva normalidad”, destacando las “burbujas de teletrabajo” y que “el running track” – un circuito aeróbico que estará en la terraza-, como: “Un espacio seguro que permitirá realizar actividades al aire libre, contemplando la vista de la ciudad”. O sea, quienes reclamaban salir a la calle, proponen que no se salga ni al parque de enfrente. Eso sí, apropiándose de la vista de la ciudad, el aire, el cielo y el sol, que pertenecían a todo el barrio.
Una acotación acerca del teletrabajo, ya que parece cómodo quedarse en casa trabajando sin viajar, una de las primeras consideraciones que debemos hacer es que con esta forma de empleo se lograría la apropiación de todo el tiempo productivo del individuo, sin posibilidad de “desengancharse” a la salida del trabajo. Ni hablar de tratar problemas laborales de manera solidaria y cooperativa: se vuelve a la soledad de la persona frente al amo, como en las fazendas o en los feudos medievales.
“Nuestro barrio, como parte de un lugar de la Tierra consiguió de este modo llevar consigo grabada la convivencia de heterogéneas ideas, conceptos y vivencias que lo fueron haciendo distintivo dentro de la geografía universal y latinoamericana”
Casi un Conventillo, Horacio D’Alessandro
Y de esto hablamos cuando hablamos de identidad. Una identidad presente, escrita a lo largo de generaciones en la morfología del barrio, que puede leerse como si fuera un palimpsesto, con las marcas de época dejadas por muchas personas, para el hoy, para los que ahora lo transitamos.
“El giro en torno a su eje, tal vez fuera el acontecimiento premonitorio de futuros desplazamientos que con el tiempo serían precursores del mundo en velocidad que él ayudó a construir y hoy nos acompaña. Subíamos a la calesita con la ilusión de sentirnos volar desde un avioncito de madera aún sujeto al piso o subir al lomo de un caballito rígido que permanecía estático, pero que nos hacía correr por sobre paisajes solo percibidos dentro de las brumas de nuestra imaginación”
Tatín, Horacio D’Alessandro
La Calesita de Tatín no es la misma, no son los mismos los caballitos, no es sombreada por los mismos árboles, no son los mismos niños los que quieren subirse al avioncito.
Pero para el barrio es la Calesita de Tatín, y esto es memoria colectiva. Esto es lo que cohesiona a una comunidad, lo que produce un “nosotros” diverso, solidario e inclusivo, enriquecedor.
Esta irrupción edilicia en el barrio no es la primera, y tampoco tuvo finalidad distinta a esta que vivimos: fragmentación de los barrios, expropiación de bienes culturales, alejamiento de personas por presión económica, por expropiaciones para la Autopista, en fin, por motivos que poco tienen que ver con la vida comunitaria, y siempre en nombre de un declamado progreso que no tiene correlación con los resultados a la vista.
Hay que decir que los anteriores emprendimientos avanzaron de la mano de dictaduras militares. El gobierno neoliberal que permite y propicia no solo el negociado inmobiliario, también se ve beneficiado por la expansión individualista. Tales son los resultados de los procesos de borrado de memoria en la ciudadanía.
“Pasivos y sin oponernos tuvimos que aceptar la nomenclatura que enturbió nuestras vidas, eclipsando todo lo vivido. Porque luego de haberse acuñado históricamente, llegaría el nuevo nombre empañando parte de lo recorrido. Me pareció que el nuevo nombre intentaba borrar el recuerdo de los clubes barriales, que desorientados se vieron obligados a modificar parte de su derrotero para acomodarse a los tiempos que se avecinaban”
Efectos de la Ordenanza 23698 de 1968, Horacio D’Alessandro
En este momento, de angustiosa espera, quienes habitan, habitamos el barrio que elegimos para vivir, que amamos sus árboles como para defenderlos de podas salvajes, que extrañamos los adoquines de la calle Avelino Díaz y los de Castañares, en estos momentos que son como aquellos de velar las armas en el protocolo de los caballeros medievales, hay una sensación de reconocimiento de la vinculación de la vida con el paisaje transitado. La cotidianeidad puede reconstruirse desde el paisaje, y este conforma conductas, relaciones, amistades y disgustos.
Porque así como construimos el paisaje, el paisaje nos construye y constituye con individuos y sociedades.
“El paisaje barrial comenzó a cambiar tomando una fisonomía desconocida. Esa negra nube desocultó como pesado telón , un panorama distinto, acomodado a la nueva estructura que se avecinaba, descubriéndose más dinámico. Mágicamente, los habitantes se tornaron otros.”
La Nube, Horacio D’Alessandro2
Entonces, volviendo al título de esta nota, se descubren en el barrio dos cosas: las ciudadanos y ciudadanas devenidos poetas reclamando por el derecho cierto al cielo, al aire y el sol en la casa en que eligieron vivir, que puede ser la que construyeron aquellos abuelos llegados desde las guerras y el hambre.
Y la segunda, es que no se desistirá fácilmente en esta epopeya barrial que se está comenzando a gestar desde distintos puntos del barrio, confluyendo desde la diversidad en reclamo ante la imposición neoliberal, una burla hacia la Constitución de la CABA, la democracia participativa y la ciudadanía porteña.
Y no vamos a desistir, puede ser que no ganemos, pero no vamos a desistir.
Se trata nada menos que de defender el cielo.
Pablo Sirvén, La madre de todas las batallas, La Nación, 17 de enero de 2021
- Los textos insertados en cursiva pertenecen al reciente libro “Retrato de Parque Chacabuco”, del maestro Horacio D’Alessandro, reconocido artista plástico y docente, nacido y criado en Parque Chacabuco, donde actualmente vive y tiene su taller.
Cristina Sottile es licenciada en Ciencias Antropológicas – UBA
Comisión de Cultura y Patrimonio – CCC7
Hermosa descripción de una forma de vida que elegimos muchxs. La seguridad, de la que tanto se habla y se teme se logra estando en la calle y no encerrandonos en edificios que nos alejan de nuestrxs vecinxs