¿Quién fue Juana Azurduy?
por Cristina Piantanida
El 12 de julio de 1780, en Toroca, una aldea cercana a Chuquisaca, nacía Juana Azurduy. La familia tenía un buen pasar como propietarios e una importante hacienda. Desde muy pequeña, Juana conoció las tareas rurales, y aprendió a hablar el quechua y el aymará. Desde esa época conoció escenas de opresión de los más pobres que la conmovieron, y nunca las olvidará a lo largo de su vida. Al poco tiempo de nacer su hermana Rosalía, falleció su madre y sin poder sobreponerse al duro golpe, sufrieron una nueva pérdida, la de Don Matías Azurduy. En esas circunstancias, sus tíos se hicieron cargo de la crianza de las niñas.
El carácter de Juana era bastante rebelde, y su tía, para dominarla, la internó, a los 16 años, en el Convento de Santa Teresa. Allí, la joven organizaba reuniones clandestinas con las otras internas, y conoció por ejemplo, la historia de Tupac Amaru, Juana de Arco, San Ignacio de Loyola y otros, que despertaron su interés. Su estadía allí, como era previsible, fue breve, pues a los ocho meses la expulsaron.
Regresó a su tierra natal, y fue allí donde conoció a Manuel Ascencio Padilla, con quien se casó el 8 de marzo de 1805. Fue él quien le habló por primera vez de las ideas republicanas, de la libertad y la lucha por ella. Tuvieron cuatro hijos: Manuel, Mariano, Juliana y Mercedes. Ellos gozaban de una buena posición económica y vivían en una casona del distrito de La Laguna. Cuando se produjeron los movimientos revolucionarios de Chuquisaca y La Paz, en 1809. Padilla estuvo del lado de la causa americana. Derrotada ésta, fue perseguido, y la familia entera tuvo que ocultarse. Juana permanecía con sus cuatro hijos en la finca familiar, pero en ocasión de hacerse una partida realista, salió, rebenque en mano, impidiéndoles el paso y defendiendo su propiedad. Al año siguiente, la revolución que se produjo en Buenos Aires, el 25 de mayo de 1810, no contó con el apoyo de las ciudades del norte, a excepción de Tarija. Los esposos Padilla brindaron cuanto apoyo pudieron a las tropas de Buenos Aires. Don Manuel se plegó al ejército, en ese momento, Juana sintió ganas de acompañarlo, pero los tabúes de la época hicieron que permaneciese con sus hijos. Manuel Padilla organizó la resistencia patriota y esta vez Juana, excelente amazona, dejó su hogar y se sumó a la lucha por la libertad, otras mujeres la imitaron y marcharon al ejército.
En poco tiempo, el prestigio de Juana se incrementó; los soldados de Padilla veían en ella a la “unión de una madre y esposa ejemplar con la valerosa luchadora”, y los indios la quería: “Seguir a Doña Juana era seguir a la tierra”. Los Padilla dominaron con autonomía todo el territorio ubicado entre el Río Grande y el Pilcomayo. En ese marco, los indios jugaron un lugar muy importante, pues eran “vigías”. El cacique Cumbay, dominador de toda la franja situada al este de Chuquisaca, celebró un pacto con Juana Azurduy, “la mujer guerrera”, y realizó una ceremonia en su honor. Lo mismo ocurrió con el cacique Juan Huallparrimachi, quien asumió la causa libertadora como una causa ancestral y se convirtió en aliado y fiel compañero de Juana, La Pachamama. Juana había formado un nuevo cuerpo, “Los Húsares”.
El 3 de marzo de 1816, cerca de Villar (Bolivia), Juana Azurduy, al frente de treinta jinetes, entre ellos varias mujeres, atacó a las fuerzas del general español La Hera, les quitó el estandarte y recuperó fusiles. Azurduy atacó el cerro de Potosí, tomándolo el 8 de marzo de 1816. Debido a su actuación, tras el triunfo logrado en el combate del Villar, recibió el rango de teniente coronel por un decreto firmado por Juan Martín de Pueyrredón, director supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el 13 de agosto de 1816. Tras ello, el general Belgrano le hizo entrega simbólica de su sable.
En medio de la lucha, mueren sus dos hijos varones, que escapando de los realistas enfermaron de fiebre palúdica y disentería. Hasta entonces, los Padilla siempre se habían mostrado piadosos con los prisioneros realistas; desde entonces persiguieron a los españoles fugitivos y les dieron muerte. La pena por la muerte de sus hermanos y la crueldad de la guerra, también afectó a las niñas. Para agosto de ese mismo año murió su hija Juliana unos días antes que su hermana Mercedes. La tristeza por la muerte de sus hijos fue la única batalla que Juana Azurduy jamás pudo enfrentar. En medio de la guerra, Juana tuvo que retirarse a orillas del Río Grande, pues iba a dar a luz a su hija Luisa. En esa oportunidad, Juana tras haber parido a su hija, y custodiada por un grupo de indios fieles, tuvo que luchar teniendo a su hija en brazos, y a caballo. El 9 de febrero de 1816, Juana asedió Chuquisaca. La lucha fue terrible, llegaron refuerzos españoles y la represión fue tremenda; ejecutaron a mujeres y niños. Los Padilla se reorganizaron, pero no pudieron con los realistas que los vencieron en el puesto de Villar, donde padilla recibió una descarga mortal, siendo luego degollado. Juana toleró que la cabeza de Padilla fuese exhibida por varios meses en la plaza pública: esto marcaba lo que su marido había significado para el enemigo. Pero el 15 de mayo de 1817, tomó por asalto La Laguna, y recuperó la cabeza de su esposo. Durante tres años Juana acompañó a Güemes.
El 23 de octubre de 1816, el General Belgrano le envía una carta: “En testimonio de la gran satisfacción que han merecido de nuestro Supremo Gobierno, las acciones heroicas nada comunes a su sexo, le dirige por mi conducto el despacho de Teniente Coronel; doy a usted por mi parte los plácemes más sinceros y espero que serán un nuevo estímulo para que redoblando sus esfuerzos sirva usted de un modo enérgico a cuantos militan bajo los estandartes de la Nación”. En 1825, sin recursos, Juana llegó a Chuquisaca, donde ya se había declarado la independencia de Bolivia: Sucre le otorgó una pensión, pero los trámites para recuperar algo de su patrimonio fueron penosos.“Lo único que puedo dejarle a mi hija son mis lágrimas”
Los avatares de la vida política de Bolivia hicieron que según quien gobernase, se le pagara o no la pensión. Lo cierto es que terminó sus días en la pobreza, Doña Juana murió el 25 de mayo de 1862, cuando casi cumplía 82 años. Las autoridades fueron indiferentes al hecho pues estaban ocupadas en la celebración de la revolución de 1809.