Relatos indómitos
¿Probaste empezar de cero con Miriam Makeba?
por Marta García
-Nos hemos reunido hoy aquí…
Cuando papá no era feliz hablaba como desde un púlpito. Lo escuchaba un pueblo sin dios ni cura, formado por una mujer adulta, tres hijas, Narciso el perro, Susana la gata y Maldonado el hámster.
-… eeee… les decía que nos hemos reunido aquí para decirles que… que ya está… que se terminó… que hasta acá llegamos… que vamos a tener queeee… esteee… queee… bueno, la cosa se ha puesto muy… eee…
Mamá terminó la encíclica a los sopapos.
-¡Bueno, ya, ya, ya! ¡Decilo de una buena vez! Chiquitas, el tema es que nos hemos fundido. La tienda quebró. Hay que empezar de cero.
¿De cero?, pensé, ¿Tan atrás? ¿Cuándo la vía láctea todavía tomaba leche cindor en vasitos retráctiles? ¿Antes del pesebre? ¿Qué tan atrás? ¿Y en qué posición? Porque si empezábamos de cero y encima a la izquierda, nuestras vidas no iban a valer nada.
Hermana mayor:
-No importa, má, vendamos los discos de los bitles.
Yo:
-Eeeee… ¿¡¿¡¿¡vamos a vender el tele?!?!?!”.
Eso y sacarme la bola de un ojo con una cucharita de madera astillada de helado, era lo mismo. Mi hermana menor no dijo nada. Todo lo que le importaba en la vida estaba dentro de su cuna. ¿Se la venderían y la harían caminar pisándose los pañales cagados?
-Ni vamos a vender la tele ni los discos. Nos mudamos. Nos vamos de aquí.
La frase me dio en un órgano vital: las cejas, las únicas que en ese traumático momento sacaron afuera lo que me pasaba adentro. “Yo me quedo con la abu” dije con tan poca fuerza que la frase no pudo traspasar mis dientes y me la tragué como hacía con los carozos de las aceitunas porque no sabía dónde ponerlos.
¿Alejarme de aquí? ¿De MI aquí? ¿De María, de la Negra, de los bichos canasto de doña Medina, de los salames de don Frentidorzo? Mmmmm… no, no sobreviviría en otra atmósfera. Qué se hace sin un aquí a los ocho años. Toda esa vida llena de barrio que construiste con tus amigas, tirada a la basura.
Dije algo que hizo más insoportable la levedad de mi ser o no ser, pero no me quedaba otra si quería luchar por mi aquí.
-Má… y bué… vendan el tele, nomás…. o la colección de Papelucho… o del Lo sé todo y listo…
-No hace falta, querida. Ya vendimos la casa…
Respuesta guadaña. Y con mi esperanza pastito cortado, yo, la sin barrio, la casi sin bola del ojo, me escapé al olimpo donde habitaba solamente María, la más mía, la cercana. Si eran capaces de sacarme de mi aquí, ¿no serían capaces también de darnos en adopción? ¿O vendernos en el puesto de churros de la feria de la plaza que era atendido por una amiga de mamá que la apoyaba en cualquier barbaridad?
Era día de limpieza en el olimpo. Don Frentidorzo baldeaba la vereda y María pasaba la escoba como lo hacían las diosas barriales, bailando el Pata Pata. Y percuté:
-Buaaaaaaa… me van a dar en adopción… ya no pueden mantenernos… la tienda… snif… snif… fundida… nos mudamos lejos… como a un cero de aquí.
Si María se caía, yo me caía. Si yo gritaba, María gritaba. Pero cuando una lloraba, la otra se hacía pis encima. Dos nenas desesperadas deshidratándose, sumado a que en el apurón de la huida yo me había ido en bombacha, fue demasiado para el papá de María. Y llamó a la que nos amenazaba con empezar una nueva vida dentro de un cero a la izquierda.
Cuando perdíamos las ganas infantiles de vivir, nos disfrazábamos. María me dio su traje de comunión y ella se puso el vestido de casamiento de su madre muerta. Nos fuimos a esperar a mamá en la vereda y para levantarnos el ánimo bailamos el Pata Pata. Ella, como la mismísima Miriam Makeba. Yo, como un chasquibum fallado. Se sumó nuestra tercera en concordia, la Negra, con sus bigotes candomberos de corcho quemado. Y fuimos felices y la pena se comió los mocos.
-Pero qué hacés con ese vestido de comunión, hija, ni te bañaste hoy… esta chica me va a matar… ¡¡¡¡antes me corto una mano que desprenderme de mis hijas!!!! Cómo se te ocurre semejante cosa… ¡y en bombacha te viniste, dios mío… si es para matarla!
Ya estábamos acostumbradas a que mamá nos consolara como si se hubiera tragado una kalashnicov. Sin embargo, dijo algo que nos puso a la derecha del cero.
-Bueno, nos mudamos, sí, pero no del barrio. Encontramos una casa, aquí, a la vuelta, es más chica, pero tiene patios grandes.
¡Ja! Que me vengan a mí con que empezamos de cero. ¡Y a la izquierda! ¡Vení aquí, “AQUÍ”! ¡Vení que te abrazo, patios grandes!
Y así fue cómo nos quedamos en la manzana de siempre, en el barrio de siempre, con la gente de siempre, con mis carnales María y la Negra, el tele, los bichos canasta, los bitles, Papelucho, los Lo sé todo y la bola del ojo.
Un día nos fuimos de allí con una mochila repleta de apuntes y marcadores de todos los colores. Cada vez que sentimos que empezamos de cero y que estamos en una posición que no modifica nada, nos acordamos de aquel aquí y en ese preciso instante tres nenitas de ocho años aparecen disfrazadas, en la vereda mojada del olimpo, bailando el pata pata. Y la vida recupera su valor.
Foto: Marvin E. Newman