Salvador Sammaritano: Pasión por el Cine

entrevista: Mariane Pécora

Se dice que en el Cineclub Núcleo se formaron muchos de los más importantes realizadores y críticos cinematográficos de nuestro país. Hace cincuenta y dos años que Salvador Sammaritano, mantiene viva esta pasión por el cine. Su actividad no se ha limitado únicamente a exhibir films a los asociados, sino que la ha proyectado hacia la comunidad a través de funciones en universidades, clubes de barrio, auspicios de semanas de cine, apoyo a cineclubs del interior y hasta funciones en plazas y villas de emergencia.
La promoción del cine independiente, de las nuevas tendencias mundiales y del cine de contenido social, le permitió entablar amistad con directores de la talla de Federico Fellini y con actores de la calidad de Vittorio Gasman, Marcello Mastroiani  y Nino Manfreddi.
La Cinemateca Argentina, el Fondo Nacional de las Artes, la Fundación Konex y Argentores han sido algunos de los muchos organismos de nivel nacional e internacional que siguen homenajeando a Salvador Samaritano por su trayectoria y dedicación al cine.

P.Vas.: El Cine Club Núcleo está cumpliendo 54 temporadas interrumpidas, cuéntenos cómo empezaron…
S. Sammaritano.: Éramos un grupo de melómanos de Colegiales, que nos iniciamos viendo películas en el cine del barrio. Un día, allá por 1953, se nos ocurrió hacer una proyección de cine por nuestra cuenta. Para convocar a los espectadores, hicimos un volante en el que escribimos: “un núcleo de jóvenes admiradores del cine…” Recuerdo que la tipografía de “núcleo” era más grande; como hasta entonces no teníamos ningún nombre, a partir de ese momento comenzamos a denominarnos Agrupación Cultural Núcleo.

P.Vas.: ¿Cómo y dónde se hacían aquellas primeras proyecciones?
S. Sammaritano.: Al principio teníamos un proyector mudo Kodak Cop, y hacíamos las proyecciones en casas particulares; alquilábamos o comprábamos películas mudas de 16mm.   Luego conseguimos un proyector sonoro y empezamos a buscar distintos lugares donde dar funciones. Casi siempre circulamos por este barrio. Estuvimos en el auditorio Biravent en Diagonal Norte, dimos algunas funciones en el Teatro del Pueblo, en el Teatro de los Independientes (Pairó) en la sala del cine Dilecto en la calle Córdoba. Recuerdo que en ese momento conseguimos una copia de El diario de un cura rural, de Bresson, sin subtítulos en castellano y se exhibió un miércoles en trasnoche con un lleno total, con gente sentada en los pasillos. También estuvimos en el Premier sobre calle Corrientes, en el IFT cerca de Abasto, en el Teatro de la Comedia de la calle Rodríguez Peña…;(pasamos por varios cines que ahora son cadenas de comercios multinacionales, hoteles, etc.) hasta que después de varias travesías, y gracias a Bernardo Bergeret, -que está a cargo de la sala-, conseguimos el cine Gaumont, que es el mejor de todos, y aquí nos quedamos.

P.Vas.:A propósito de una sala en especial, la del Teatro de la Comedia, existe una anécdota de cómo llegó a dar con ella…
S. S.: Siempre teníamos problemas para conseguir salas. Un día, caminando por el “barrio del cine”, me encuentro con un viejito que repartía afiches de películas. Este hombre me pregunta cuándo empezábamos con el cineclub. Le comento que no podíamos empezar porque no teníamos sala. Entonces me dice que me va conseguir una. La verdad, no le creí.  A los dos días me llama una mujer a la editorial Abril, donde yo trabajaba; era la hermana Amalia. Resulta que esta monjita era conocida del señor que repartía afiches y nos ofreció la sala del Teatro de la Comedia. En esa sala estuvimos bastante tiempo. Las monjas eran maravillosas, sobre todo la hermana Amalia. Recuerdo que una vez estábamos pasando una película bastante comprometida y le comento a la hermana Amalia, socarronamente, que seguramente tendríamos problemas con la policía por ese film. Ella me responde: “no te hagas problema, la sala está provista de puertitas en las paredes que dan a un pasadizo secreto; podremos escapar antes de que entre la policía.”

P.Vas.: En la década del ’60 se editó Tiempo de Cine, la revista del cineclub Núcleo ¿Qué nos puede comentar de aquella experiencia?
S. S.: Entre 1960 y 1968 editamos, con Víctor Iturralde, José Agustín Mahieu y Héctor Vena, Tiempo de Cine. Desde esta revista señalábamos la decadencia del cine oficial y comercial, cuestionando su anquilosamiento y superficialidad. Así nos hicimos eco del reclamo de un cambio generacional en materia cinematográfica. Desde Tiempo de Cine planteamos la necesidad de una modernización del hecho cinematográfico; para lo cual, pusimos la mirada en los jóvenes realizadores independientes como Simón Feldman, Rodolfo Kuhn, Ernesto Dawi, David Kohon, y Lautaro Murúa, entre otros. También hacíamos un profundo análisis del nuevo cine europeo, principalmente la nouvelle vague francesa y el neorrealismo italiano. Tiempo de Cine tuvo una vida bastante fructífera. A mí me enorgulleció cuando Guido Aristarco, uno de los críticos más severos y ortodoxos del cine, escribió que era la mejor revista de cine de habla castellana.

P.Vas.: Otro tema que caracterizó a Tiempo de Cine fue la discusión de la política cinematográfica del gobierno militar de los sesenta…
S. S.: Esa fue una época donde el gobierno de turno había impuesto la censura cinematográfica. Nosotros no sólo nos oponíamos a la censura, sino que cuestionábamos el desempeño del Instituto Nacional de Cinematografía. Por ejemplo denunciamos las constantes irregularidades que existían en el funcionamiento de ese organismo, una de ellas era la sistemática relegación que se hacía a los nuevos directores. Tiempo de cine, se constituyó en un órgano de presión y de repudio a las constantes violaciones de la libertad de expresión que decretó la censura de esos años.

P.Vas: ¿Qué pasó en Núcleo durante aquel largo período de los ‘70 en que se censuraban o cortaban las películas antes de ser exhibidas?
S. S: Nosotros en el Cine Club Núcleo, siempre pasamos los films sin cortes. Claro que todas las funciones eran prohibidas para menores de 18 años. En los ’70, el censor máximo era un colega periodista, el célebre “Tato”. Hay una anécdota que lo pinta de cuerpo entero: lo encuentro a Tato, por la calle y le digo que deje de prohibir películas; entonces él me responde “vos estás loco, cuantas más películas censuro más contentos se ponen los curas y los milicos; y yo trabajo para ellos.”

P.Vas: ¿Cuáles son las cinco películas que le dejaron una marca personal?
S. Sanmaritano: Es muy difícil, uno ha visto tantas… Pero puedo mencionar: El Acorazado Potemkim de Serguéi Eisenstein (1925); Intolerancia de Griffith (1916); Alejandro Nevski de Serguéi Eisenstein (1938); Ladrón de Bicicletas de Vittorio de Sica (1948) y La Flauta Mágica de Ingmar Bergman (1974)… Hay tantas películas, que uno siempre tiene el temor de olvidar alguna. También se pueden rescatar realizaciones argentinas como la Guerra Gaucha, de Lucas Demare.

P.Vas.: ¿Qué nos puede decir de la relación entre cine y literatura?
S. S.: La relación es muy estrecha, la mayoría de las películas están basadas en obras literarias. Depende del genio del director que una obra literaria se refleje en la pantalla como una obra cinematográfica.
Por otra parte, el cine representa a una sociedad y cada sociedad tiene sus particularidades, si no es una película sin cuerpo, sin lenguaje propio. Cada film ha reflejado una época y una comunidad en un periodo de tiempo determinado.

P.Vas: ¿Cómo define la relación cine-televisión?
S.S: Aunque parezca que tienen el mismo lenguaje, son cosas muy distintas. La televisión está sujeta a la “famosa” tanda publicitaria, cosa que le quita continuidad al relato televisivo. Por otra parte, en televisión siempre se le da prioridad al rendimiento económico. Tuve un programa de televisión que se llamaba Cineclub; lo emitíamos por Canal 7, tenía mucha audiencia. Pasábamos muy buen cine. Pero un día las autoridades del canal determinaron que había que levantarlo y así lo hicieron. Lo cierto es que yo no cobraba por hacer el programa y conseguía las películas gratis… pero para el canal tampoco era negocio.

P.Vas: ¿De dónde viene esta pasión por el cine?
S. S: ¡Ahh! (ríe)… La culpa tal vez la tiene mi madre, me llevaba de niño al cine Nacional de Colegiales, que estaba por Dorrego a media cuadra de la barrera; recuerdo que íbamos siempre a una función que se llamaba “los jueves de damas” donde veíamos dos o tres películas cada vez. Luego yo en casa fabricaba películas con las historietas de las revistas y las proyectaba con una linterna mágica, hacía mis propias funciones y cobraba 5 centavos la entrada.

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