Santos hacheros de la navidad…
por Marcelo Valko
I Un verde lejano. En Latinoamérica, muchas familias arman el “arbolito de Navidad” el 8 de diciembre, día de “la asunción de la Virgen…”, pero conviene tener presente algunas cuestiones acerca de las categorías mentales que nos habitan hace generaciones. La veneración del árbol la encontramos en diferentes culturas y tiempos, desde la India Védica al Popol Vuh de los maya quiches. Lo encontramos arraigada entre los celtas con sus druidas y en las kenningar de la mitología germano-escandinava. La civilización occidental heredó tal fervor y lo transformó en un símbolo tan fuerte que los principales puntos financieros se ufanan en lucir enormes árboles navideños, como sucede en el Rockefeller Center de Manhattan o en Fráncfort, la metrópoli financiera de Alemania. En ambos casos los árboles superan los veinte metros, uno traído de Canadá y el otro de la Selva Negra. Menos espectaculares son los árboles sintéticos y de tamaño normal que lucen los hogares. Veremos que esta arraigada tradición de utilizar un árbol como objeto y soporte de adoración viene de larga data y, aunque resulte difícil de creer, también el combate contra el árbol proviene de horizontes aún más lejanos en el que participan incluso santos canonizados por la Iglesia.
II Lluvia de santos. Ante la imposibilidad de desterrar creencias paganas, la teología católica se vio forzada a aceptar la adoración de una infinidad de espacios geográficos y cuestiones que se corporizaron en santos de “probada eficacia” para conjurar presagios, evitar plagas, daños meteorológicos, económicos o corporales. Hagamos un veloz racconto. Distintas representaciones divinas están especializadas en contrarrestar infinidad de eventos negativos; por ejemplo, San Antonio es muy ducho en solucionar problemas amorosos, San Gregorio es eficaz para espantar las plagas de langostas, al igual que San Agustín. A su vez, San Marcial era una luz erradicando invasiones de hormigas; San Sebastián era invocado frente a la peste, la Virgen de los Reyes de Sevilla para terminar con la sequía o el apóstol Santiago para disuadir tormentas de rayos y granizos. Otros, como el multifacético San Francisco de Borja, era muy poderoso contra temblores, borrascas y tempestades, y San Ramón Nonato era el predilecto para controlar que el embarazo llegue a buen término, mientras que a Santa Margarita se la considera eficaz para invocar un parto sin dolor. En cambio, San Huberto era excelente para curar la rabia y picaduras de serpientes; San Genaro, para detener la erupción del Vesubio. Otros se convirtieron en patrones de los zapateros, como San Crispín; Santa Blandina de las criadas; San Benito de monjes y espeleólogos; San Claudio de Besançon de los jugueteros; Santa Marta de las cocineras; el evangelista Mateo es patrón de los banqueros; Santa Brígida de las viudas y el arcángel Gabriel es un sofisticado patrón de las telecomunicaciones. Mientras que la abadesa de Kildare, conocida como Santa Brígida, es patrona de los cerveceros junto, obviamente, a San Patricio. En Cuzco, el Cristo de los Temblores es tal vez la figura más popular por su probada aptitud para detener terremotos. La lista es mucho más extensa, pero supongo suficiente este muestrario. Del enorme listado de estos personajes, existen dos que me interesan mencionar y vienen al caso de esta nota sobre el arbolito navideño; uno es San Martín y el otro San Bonifacio, que pusieron todo su empeño en derribar los árboles paganos. Incluso existen reproducciones pictóricas y estatuas de bronce que los muestran blandiendo el hacha con entusiasmo para acabar con adoraciones heréticas y difundir el Evangelio. Como sucedió tantas veces, una religión perseguida se transforma en perseguidora…
III Devotos del hacha. Tanto Martín como Bonifacio combatieron contra las arraigadas supersticiones de las mitologías de los pueblos bárbaros que, sin embargo, lograron derrumbar al Imperio Romano. Tanto celtas como germano-escandinavos adoraban al Árbol Universal, el árbol del centro del mundo, uno de cuyos nombres era Yggdrasil, considerado como un Eje Cósmico o Axis mundi, por el cual los dioses o la energía primigenia fluye ascendiendo o descendiendo para mantener el funcionamiento de la vida. Ese Árbol central y sus tres dimensiones: las raíces que se hunden en el infierno, el tronco que abarca lo terrestre y su copa que llega al Cielo sostiene la renovación del mundo y sus ciclos de temporalidad agraria. Tal mitología mencionaba el peligro tremendo asociado a la muerte del Árbol Cósmico, constantemente desafiado por un águila que come su follaje, el tronco amenazado por la putrefacción o una maligna serpiente que roe sus raíces. Si el árbol perece, sobrevendrá el Fin del Mundo conocido como Ragnarôk. Lo que acabo de mencionar nos da una somera idea de lo que representaba para las gentes el accionar de San Martín y San Bonifacio nuestros santos hacheros, talando aquí y allá como fieles mensajeros de un Dios deforestador a su pesar. Ahora bien, también las culturas centroamericanas (nahuatl) veneraban a Tamoanchan, un árbol cósmico que hunde sus raíces en el inframundo y cuyas ramas suben al cielo, por donde se asciende y desciende de la vida a la muerte, a quien también le acechan amenazas. En el Chaco, los wichis consideraban sagrado al Samuhú (familia de los baobab), que fue traducido con desprecio hasta hoy en día como “palo borracho”.
IV Espacios Sagrados. Durante la Conquista de América, la Iglesia reutilizó sitios de geografía sagrada para erigir sus propios lugares de culto, ya que se trataba de espacios de peregrinación donde existía una gimnasia litúrgica previa de muchos siglos. De ese modo, y para mencionar apenas algunos casos, cito el espacio ocupado por el gran templo de Tenochtitlan que se convirtió en la Catedral de México y otro tanto ocurrió en Cuzco, donde el sagrado Coricancha, centro del Tahuantinsuyo se transformó en el Templo de Santo Domingo. Algo similar ocurrió con el monte de Tepeyac; allí los náhuatl adoraban a Tonantzintla, la Madre de la Tierra donde casualmente apareció la Virgen de Guadalupe, o en el lugar de culto de Copacabana, frente al lago Titicaca, donde descendió la Virgen de la Candelaria. Este muestrario de reocupaciones de la geografía sagrada de espacios prehispánicos viene al caso para explicar la conversión que experimentó el Árbol Cósmico,que pese a los esfuerzos de nuestros santos hacheros, no resultaron suficientes para erradicarlo del imaginario europeo; en consecuencia, el símbolo y la fecha fueron revestidos de una nueva significación.
Vayamos a otro dato adicional. Nada en la Biblia indica que el 25 de diciembre fue el día del natalicio de Cristo. En cambio, esa época era el momento en que nacieron varios dioses porque es cuando el sol vuelve a aumentar gradualmente su luz y calor. Por ejemplo, el egipcio Horus, la versión romana de Mitra (tomada de los persas) y el dios nórdico Frey, entre otros eligieron nacer en el solsticio de invierno entre el 21 y 24 de diciembre. Julio César medio siglo antes del año cero introdujo en ese día la fiesta de Natalis Solis Invicti (el nacimiento del sol invencible) coincidiendo con la festividad de las Saturnalias originada un par de siglos antes, una celebración que trastocaba el orden social y reinaba el desenfreno. Incluso en Alejandría los mistéricos festejaban en esa fecha el nacimiento de Aión, una versión local de Dionisio. La evangelización resolvió cristianizar la conmemoración y apropiarse de lo festivo de esa fecha con semejante abundancia de significaciones y camuflar el símbolo que utilizaban las gentes y así el árbol se vistió con un ropaje acorde para neutralizarlo. Luego apareció la famosa gaseosa para abrochar todo en un gran combo. Obviamente, la fiesta del regreso del sol en el hemisferio sur ocurre en el solsticio de junio tanto en culturas andinas en el Inti Raimi como en Patagonia con el We Tripantu de los mapuches, donde se encienden fogatas para ayudar al calor del sol en su resurrección.
V Tiempo al tiempo. El proceso fue tan complejo como exitoso; la madera se asoció a la cruz y de esa forma lo encontramos en textos patrísticos y litúrgicos donde comparan a la cruz como una enorme escalera o elevación, tal lo representado por el árbol cósmico que llegaba a los cielos, y no resultó difícil asociar la serpiente que amenazaba al árbol con el ofidio del Génesis. Signo por signo, no equivalentes aunque de un valor similar. Ahora bien, no escogieron un árbol al azar, sino un abeto u otra conífera como un pino, que tiene un formato triangular para relacionarlo con la Trinidad (Padre, Hijo, Espíritu Santo), montándolo sobre el significado nórdico-celta de nacimiento, vida y muerte que representaban las tres partes de un árbol: raíz, tronco y copa. Posteriormente aparecieron los adornos como las esferas de colores brillantes que representan las manzanas del pecado que son contrarrestadas por la iluminación de las velas y luego por las hileras de lamparitas para significar la luz de Cristo, a su vez la estrella de la punta que equivale a la estrella de Belén que condujo a los magos de Oriente y ahora guía a la familia unida por los lazos o guirnaldas que rodean al árbol navideño Como vemos el significante árbol navideño encierra un significado profundo, irreductible, que resultó imposible de talar y que nos lleva muy lejos en el viaje de las culturas humanas donde ciertos símbolos arquetípicos continúan a través de todos nosotros su viaje temporal. Es lento, pero viene…