Semiología aplicada: El discurso del presidente
(El discurso inocuo, el salto al vacío)
Por Elizabeth Lerner
El arte de persuadir es antiguo. Los sofistas, profesores del buen decir, maestros que cobraban sus honorarios por enseñar a usar el poder de la palabra, descubrieron esta práctica en la Grecia Antigua. Un tiempo más tarde, inspirado en su legado, Aristóteles escribe la Retórica, un tratado que contempla el rol del orador y del auditorio, las estrategias argumentativas, las pruebas que el orador despliega en el discurso para ganar los favores, la atención y la adhesión de una comunidad.
Esto ocurrió entre los siglo V y IV antes de Cristo. Y esa tradición que implica desde la práctica, aprender a decir, a adquirir habilidades discursivas para convencer y conmover a un auditorio, tiene un correlato crítico en el análisis del discurso, del siglo XX en adelante. Es decir: si el orador construye su discurso, el analista lo deconstruye, lo descuartiza hasta desmembrar cada estrategia y vincularla con algo mayor: la ideología.
Si por unos momentos abandonamos la relación natural (o naturalizada) que establecemos cotidianamente con las palabras, abrimos el campo hacia la comprensión de las tecnologías del discurso y del poder que se obtiene dominándolas. Cuando un orador enuncia –si seguimos las enseñanzas de Aristóteles- hace un despliegue escénico a partir del ETHOS. Esta palabra denomina aquello que en el viejo tratado griego se vislumbraba como el carácter del orador, la imagen que éste proyecta a su auditorio.
¿Cómo se perfila esa imagen? A partir de dos planos: el de la palabra y el de la corporalidad. El orador elige. El discurso selecciona. Y así construye un mundo. El orador gesticula, usa un traje, o no, se mueve en el escenario o prefiere la quietud. Alza la voz, o no. Mira a su auditorio o elige otro punto de fuga. El ETHOS es tan poderoso que, según el filósofo griego, es una prueba de peso, para ganar al auditorio. Y lo es porque la figura, el cuerpo, su presencia, su consistencia, nos subyugan, nos atrapan o bien nos expulsan, irremediable e irrevocablemente.
Ensayamos a continuación, casi como un apunte tomado a mano alzada, una breve mirada de esa imagen de orador, de ese ETHOS, que se lee en los intersticios del discurso del presidente Mauricio Macri. El material es profuso: desde los múltiples “actos fallidos” hasta su presencia en spots publicitarios, investido de una imagen relajada e involucrada con la mesa diaria de los trabajadores (será una pieza única para futuros analistas aquella publicidad de la niña que vendía flores, por tomar un ejemplo). Sin embargo vamos a mirar tres fragmentos del personaje y sus palabras, en relación con los actos por el Bicentenario, que se llevaron a cabo el fin de semana del 9 y 10 de julio.
El ETHOS de la alegría
“Es una jornada de muchísima emoción, una fiesta de alegría y esperanza que debe haber pasado en todo el país”.
Así arrancó el presidente los mensajes conmemorativos del Bicentenario: arrastrando la “emoción”, la “fiesta”, la “alegría” y la “esperanza”, que caracterizan el discurso macrista desde sus comienzos. Se trata de términos casi vacíos, no en un sentido estrictamente gramatical, pero sí de significado. Porque, ¿cuál es el referente de la alegría, de la esperanza y de la fiesta? ¿Quiénes son los actores sociales concretos que gozan de este entretejido textual del bienestar?
La elección de la vacuidad, de lo inocuo como sello de las palabras que enuncia el Presidente nos hablan de un ETHOS de la banalidad y el oportunismo: son palabras comodines, imaginarios deícticos[1] que se llenan de alegrías ahistóricas, de esperanza sin contenido social, de fiestas cuyos correlatos son la pérdida concreta de puestos de trabajo, y de vidas. Un ETHOS del vacío y a la vez de las múltiples posibilidades de llenarlo, con papel picado y endebles espejos de colores.
El ETHOS de la angustia
“Claramente deberían tener angustia de tomar la decisión, querido rey, de separarse de España”. El Presidente le habla directamente a su invitado de honor, el rey Juan Carlos. Como este cinismo no parece ser suficiente en el nivel de los hechos, el discurso parece tener que reforzarlo desde la elección de términos que pertenecen al ámbito de lo personal: el ETHOS de lo cotidiano para leer la Historia prevalece aquí por sobre un relato material de los hechos, una secuencia explicativa y lógica, ideológica. La Historia se proyecta aquí entonces, como un proceso puramente personal del pensamiento de un sujeto (Macri, ni siquiera el macrismo).
El ETHOS del cansancio
El final de la historia se condensa en un twit: “Cansado por la extenuante gira y actos, lamento no poder asistir a los desfiles de hoy. Espero que se acerquen a Palermo y los disfruten”. La angustia, en el retazo anterior, el cansancio en éste: el orador político se erige como sujeto privado. En el punto máximo de su deber como figura pública se retrotae nuevamente hacia el ámbito de su sentir personal e individualizado. El ETHOS del cansancio es el de la ausencia: otra versión, ya corporizada, del vacío.
El discurso del presidente se diluye en esta construcción simplista e inocua, bien alejada de las luchas y los próceres que se encargó prolijamente de omitir, en esta fachada de los actos (actuaciones, más bien) del Bicentenario, que tristemente parece hoy reafirmar la inefable dependencia.
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[1] Los deícticos o expresiones deícticas sirven para señalar personas, situaciones o lugares, etcétera, cuyo punto de referencia es relativo a quien las expresa. Dependen para su interpretación, del contexto del hablante. Necesitan que se muestre de algún modo a qué se refieren. (N. del E.)
Excelente descripcionn de la oratoria, pero Macri es un pesimo orador, si fuera por sus discursos no lo sigue nadie, ¿quien se detendria a escucharlo? Todo el discurso esta referido a a oradores que enamoraban al » Pueblo » Lenin, Hitler, Churchil, de Gaulle, Peron, Kris etc, lastima que un analisis tan bien hecho se aplica a la persona equivocada. Las ideologias obnubilan el razonamiento sin lugar a dudas.