“Somos una familia trans, transicionamos”
por Miranda Carrete
fotos: Gala Abramovich
Luan tiene 5 años, está en pre escolar y el próximo año pasa a primer grado. No le gusta madrugar, disfruta de jugar al fútbol con su abuelo Tata, dibujar y pintar con su hermana Charo, ver dibujitos. Hace un año que le gritó al mundo “acá estoy”; así lo cuenta su mamá Natalia, que mientras da la entrevista amamanta a Ciro, su hijo más pequeño. Fue una tarde de carnaval, después de cenar en lo de su madrina. Luan había estado esperando una semana para usar la ropa que le pasó su primo. Natalia recuerda la primera muda que eligió Luan y todos sus detalles: “una chomba de rayas verdes, azules, blanco y gris, unas bermudas y unas zapatillas de lona negra; fuimos a un corso, lo veía bailando y saltando en la calle, estaba feliz le estaba gritando al mundo: acá estoy”, cuenta emocionada, y reconoce que llora cada vez que lo recuerda. Los pasos para llegar a ese día, que recuerda como de liberación para toda la familia, fueron intensos y de mucha deconstrucción para ella y su marido, Fernando. Hoy Natalia milita en Munay, una agrupación de familias de niñeces, y adolescencias trans, travestis y no binaries.
La primera vez que escuchamos la palabra trans
Natalia se reparte las tareas de cuidado con el padre de sus tres hijes. Trabaja como acompañante terapéutica por la mañana y a la tarde está con les niñes, Fernando se ocupa de ellos por la mañana. Una dinámica que establecieron hace poco; ella quería volver a trabajar.
La familia de Luan, según su mamá, siempre acompañó las luchas de la comunidad LGBTIQ+, celebró la ley de matrimonio igualitario, la de identidad de género, sin embargo “nunca pensamos que lo íbamos a vivir en carne propia y el tema de las niñeces trans me resultaba desconocido”. Desde que nació, estuvo rodeado de su “familia de corazón”, amigues, cuñadxs, tíxs y los xadres de Fernando.
Luan se nombró con pronombres masculinos desde que empezó a hablar. El contexto de la pandemia hizo que pudiera expresar todo lo que sentía en su casa. Sus xadres, al principio, lo tomaban como un juego. Natalia sospechaba que algo pasaba, lo habló con Fernando, ella veía que quería sacarse los vestidos que le ponía, no jugaba con su hermana, se enojaba si le ataban el pelo, y así muchos detalles que con dos años Luan ya expresaba. “Él decía yo soy como papá, hablo como papá, voy a tener barba, voy a ser un papá”
Sin saber muy bien que hacer, Natalia empezó a averiguar cómo acompañar a Luan en esa búsqueda, sorteando también sus miedos y contradicciones. “No entendíamos mucho. Siempre le gustaban los juegos y las cosas que se consideran de nenes, o cuando íbamos a un baño público quería ir al de nenes con el papá, a mi me daba miedo que la pasara mal”, cuenta la madre.
Lo primero que pensaron fue “va a ser lesbiana de grande porque es muy machona, terminología que uno tiene en el campo, ahora lo pienso y me río, pero era la falta de información”. No pasó mucho tiempo hasta que Luan manifestó concretamente “mamá yo soy un chico”. Fue jugando con su hermana cuando se enojó porque le decían que era una nena, entre lágrimas le dijo a Natalia: “no sé porque me dicen que soy una nena, si soy un nene, ¿no me ves?…fue muy movilizante ver a esa pulga decirme eso llorando”. En ese momento supo que iba a necesitar acompañamiento, no tenía herramientas para acompañar a su hijo porque tampoco entendía lo que estaba pasando. Primero una amiga psicopedagoga le recomendó que no lo contradijera, que es lo que primero se suele hacer. “Ahora veo videos y me doy cuenta que no la pasaba bien, estaba incómodo con la ropa, con el trato, con todo lo que estaba construído a su alrededor, para mí era una nena hasta que entendí”
Las sensación que recuerda de ese día es desesperación “¿qué hago?, pensé. Fui a googlear y llegué a la historia de Luana. Al otro día hablo con la madrina y me recomienda el libro -Yo nena Yo princesa- de Gabriela Mansilla”. Natalia encontró en facebook muchos grupos de familias, uno de ellos llamado “transformando tucumán”, les escribió y consiguió una entrevista con una psicóloga. Su miedo era que la pasara mal, pero una amiga le dijo: “si está acompañado por qué la va a pasar mal”.
La primera vez que escucharon las palabras niñez trans, en referencia a su hijo, fue durante la entrevista con esa psicóloga; “cuando empezamos a hablar lo nombra en masculino, nosotros nunca lo habíamos hecho y también fue un shock. Ella nos orientó, le hicimos 10.000 preguntas y se puso a disposición. Fabiana nos acompañó hasta que transicionó, fue un año y medio hasta que cambió su nombre, ropa, todo”
Las miradas de otrxs
Luan se acuerda del día en que lo dejaron cambiarse de ropa, pasó casi un año desde la charla con la psicóloga y del camino que comenzaron sus xadres para poder acompañarlo. Según él era un sueño ser un chico. Todo ese año, año y medio, Luan estuvo triste. En los cumpleaños, por ejemplo, lo leían como nena, en el jardín también, por la ropa que usaba daban por sentado su género. “En un cumpleañito los animadores del salón hacen una práctica del año del pedo y dividen por nenas y nenes, él se pone con los nenes y la animadora lo quiere llevar al lugar de nenas, por suerte saltó mi familia y les dijo: dejalo jugar donde quiera”
La frase “por qué todos me dicen que soy una nena, si soy un chico”, se repitió varias veces ese año. “Es cansador tener que explicar al entorno, al afuera, que juzga por lo que ve, por la ropa, por el pelo”, cuenta Natalia, que hoy sabe que eso forma parte de la lectura binaria que impone la sociedad, esas dos enormes etiquetas que nos limitan: “sos varón o mujer, nena o nene”. Natalia estaba guardando ropa que le habían pasado de su primo para Ciro, su hijo más pequeño, sin embargo entendió que debía usarla Luan. Junto con Fernando le propusieron que cuando él quisiera podía elegir algo de esa ropa, también cortarse el pelo “después de grande que use lo que quiera. Estaba muy feliz. Siempre le propusimos que se tome el tiempo y que haga las cosas cuando quiera, incluso los aros, cuando se los quiso sacar lo hizo”, comenta Natalia.
Una familia trans
“Cada familia lo vive de diferente manera y lo toma distinto, para nosotros fue muy breve el tiempo que estuvo la versión anterior (se ríe), yo en ese momento maternaba dos nenas y un varón, tuve que hacer un corte y empecé a maternar dos varones”, reconoce Natalia, mientras en la habitación de al lado se escuchan las voces de Luan y Charo jugando con el abuelo Tata, que los vino a cuidar, así ella puede dar la entrevista.
Para poder charlar con su familia sobre el proceso que estaban viviendo, Natalia resolvió escribir cartas a través de Whatsapp, así informaba, les iba contando todo lo que pasaba y logró poner un límite a los comentarios incómodos. Su estrategia hoy es anticiparse, sobre todo con las instituciones, algo que aprendió en su trabajo en Munay. Natalia hoy acompaña y asesora a familias que se acercan con muchas preguntas, como ella hace tres años; “las experiencias de otras personas, siempre suman»
En las vacaciones de verano del año pasado Luan les pidió que le buscaran un nombre “de chico”, hizo partícipe a toda su familia, en una cena hicieron una lista de nombres y eligió Luan; “le gustaba porque lo podía escribir”, comenta con ternura. Ya ese año empezó el jardín siendo Luan. Luego de contar esa anécdota Luan entra a la cocina con un dibujo para cada una, una casa y un perro para mi, una casa y un gato para Gala, la fotógrafa. También cuenta que estudia en una escuela de arte como su hermana Charo, por eso le gusta dibujar y que cuando le preguntan si él siempre fue una nena, el responde “vos siempre fuiste tan bobo”. Natalia lo mira, se ríe y dice que lxs niñxs repiten lo que dicen las familias en las casas y muchas veces le toca charlar con las madres, contar, explicar. Pero más allá de algún caso aislado, en el jardín fueron muy receptivos y ya sabe que en primaria hay dos niños trans, con los que ahora puede encontrarse. Para ella es la libertad de un hijo y no quiere que nada interfiera en eso.
Luan es el niño más pequeño en hacer el cambio de DNI en el marco de la Ley de Identidad de género en Argentina. “Cuando llegó el documento, hicimos una fiesta en un pelotero con sus amigos del jardín, vinieron todos”; la madre lo recuerda como una celebración de su vida y una confirmación de quién realmente era.