Teatro y contexto. Los Náufragos de la Loca Esperanza
Entrevista a J. J. Lemêtre
por Rafael Gómez
intérprete: Luz Balaña
Si está, aunque el lugar sea confuso, lo primero que uno verá será a Jean-Jacques Lemêtre. Así ocurre. Uno recorre un sábado por la tarde el apacible barrio de Almagro, entra en el zaguán de una antigua casa, llega a un amplio salón con más de treinta personas. Y lo primero que uno ve es la figura esbelta de casi dos metros, sexagenaria; ve el pelo recogido con una hebilla, la barba blanca muy larga, la mirada profunda, los gestos lentos. Parece un dios bíblico, un demiurgo o un mago medieval: es Jean-Jacques Lemêtre. Lo saludo, me presento. Acordé la entrevista con Emma Rotella, editora de la revista La Fisura, que coordina los talleres de Lemêtre en Buenos Aires. Las personas del salón son hombres y mujeres jóvenes, con calzas, joggings, sudaderas, la mayoría descalzas. Hay bolsos y bicicletas en el zaguán. Pero, ¿qué hace, quién es Lemêtre? Estrictamente, es músico de escena, compositor, lutier, teatrista, maestro de actores. Y dirige, desde hace más de treinta años, junto con Ariane Mnouchkine, el Théâtre du Soleil, una de las compañías teatrales más famosas del mundo.
El Théâtre du Soleil estrenó en Buenos Aires, en 2007, una obra llamada Les Éphémères. Que podría traducirse como Los Efímeros, refiriéndose a nosotros, los seres humanos, y también a aquellos momentos salvadores donde nos ayudamos entre sí, que son efímeros. Una obra donde no hay grandes héroes, los héroes somos todos nosotros, los simples mortales, que actuamos salvando al otro o a nosotros mismos siendo conscientes de la muerte.
El diálogo empieza con el recuerdo de Les Éphémères. Fue una experiencia teatral de ocho horas, le digo, quedé impresionado. “No fuiste el único impresionado”, bromea J.J.Lemêtre. Trajeron en barco los escenarios para cada episodio (son 29) y las plateas escalonadas, el teatro completo. Además nos dieron de comer en el intervalo. Comí cuscús y mousse de chocolate, recuerdo. Yo hice el cuscús, dice J.J.L, también soy cocinero, ríe.
VAS: Ariane Mnouchkine define al Théâtre du Soleil como popular. Esta definición tiene que ver con la solidaridad, la cooperación, la autogestión… Y también con un sentido político, ¿no?
J.J.L: Sí, muy político. Muy político pero no comunitario. No es una comunidad.
VAS: ¿Qué es el teatro popular? O mejor dicho, ¿cuál es la diferencia entre el teatro popular y el teatro culto o de élite?
J.J.L: El teatro popular le da al público. Tiene la voluntad de existir para darle algo al público.
Darle felicidad, en el caso de Les Éphémères, pienso.
VAS: Me refiero a que en el teatro culto o clásico hay un artista que hace una síntesis de lo popular, y lo expresa, lo vuelca…
J.J.L: Sí. Salvo que nosotros no somos una institución. La diferencia es que no hay casting ni distribución. Todo está abierto a todos. Incluso la última persona que ha entrado a la compañía, puede hacer todos los roles. Y si, evidentemente, es la que mejor hace el rol del rey, entonces será el rey. Aunque se trate de una mujer (ríe). Nosotros observamos en otros teatros cómo hace una mujer el rol de hombre, es una máscara.
VAS: Me refiero también a la diferencia entre el teatro culto o de autor y el teatro popular de creación colectiva…
J.J.L: Nosotros practicamos ambos. Alternamos, hacemos una obra de repertorio, una de autor contemporáneo y después una obra de creación colectiva.
VAS: ¿En el caso de Les Éphémères, se trata de una creación colectiva?
J.J.L: Sí, es colectiva.
VAS: ¿Y cómo son los mecanismos de creación, cómo se genera una obra con la fineza y calidad del otro teatro?
“Lo primero que voy a enseñarles es a caminar”, dice JJL en el taller, a través de la intérprete. Entonces los cuerpos recorren aleatoriamente el salón, la mayoría descalzos. Después forman un perímetro y trabajan de a dos, uno extiende los brazos hacia adelante formando una guía y el otro cuerpo camina derecho hacia adelante y hacia atrás, evitando las desviaciones y juego de caderas. JJL enseña un ritmo interno para caminar con equilibrio. Después trabaja con los brazos, con las expresiones de la cara. Indica ejercicios para conseguir un cuerpo neutro, consciente, propio. “El cuerpo del actor y de la actriz a lo largo del tiempo es como el de una ballena”, explica, “está lleno de rémoras, vegetaciones, manchas… Aquí en el taller se trata de limpiar todo eso”. Desarmar los vicios expresivos, pienso.
VAS: ¿Cómo empieza el trabajo de creación colectiva en el Théâtre du Soleil?
J.J.L: Cuando la gente está en el principio mismo del proyecto, soy el primero que sabe cuál es el tema. Porque si yo no estoy de acuerdo… Bueno… quiero decir que si yo no puedo soñar con el tema propuesto, no puedo trabajarlo.
VAS: ¿Quiere decir que todo el grupo debe estar de acuerdo?
J.J.L: Después, una vez que yo digo sí, se anuncia a todo el grupo, que decide democráticamente si sí o si no.
VAS: ¿La idea, el tema, parte de Mnouchkine?
J.J.L: Sí, Mnouchkine. La idea viene de ella y si estamos de acuerdo los dos, ella lo habla con la compañía. Recién, por ejemplo, acabamos de terminar una producción. Ella propuso un proyecto para después y la tropa dijo no. Ocurrió así. La tropa se dispersó y cada cual volvió a su país. Son 31 países. Entonces Mnouchkine revé la propuesta o prepara otra.
VAS: ¡31 países! ¿De cuántas personas es el elenco?
J.J.L: En el último Macbeth, que acabamos de hacer, hubo 51 personas en el escenario.
Asombro de este cronista, de la intérprete, de Emma, de un fotógrafo, y risa estentórea de Lemêtre.
J.J.L: 51 personas más los músicos, los electricistas, los utileros, vestuaristas, cocineros, etcétera, etcétera…
VAS: Leí que la última obra que hicieron fue “Los náufragos de la loca esperanza”…
J.J.L: Sí, for export. Después hicimos Macbeth, como obra de repertorio.
VAS: ¿“Los náufragos de la loca esperanza” es una creación colectiva?
J.J.L: Sí. Una creación colectiva, la mitad. La otra mitad es de una autora que se llama Hélène Cixous.
VAS: Me hubiera gustado mucho verla. ¿El Théâtre du Soleil siempre formó su elenco con actores de todo el mundo? ¿Cómo fue el comienzo?
J.J.L: Empezó en el 64’ con estudiantes parisinos de La Sorbona, ellos decidieron hacer un teatro distinto de cualquier otro. Ellos difundieron este teatro a sus amigos y entre sus amigos había extranjeros. La única condición era hablar un poco de francés. Un poco. A nosotros nos interesa conservar en el francés la musicalidad de los idiomas extranjeros. Porque, en una obra como Les Éphémères, lo bueno de los actores extranjeros era que tenían que transponer en el idioma -resultaba más fácil para ellos- la psicología de los personajes. Siempre quisimos conservar esta manera de hablar francés, de manera rara. Que resulta una de las cosas más difíciles de entender, para los franceses. (Ríe Lemêtre)
VAS: ¿El Théâtre du Soleil funciona como cooperativa?
J.J.L: Sí. Se llama SCOP. Es una Sociedad Cooperativa Obrera de Producción.
Lemêtre se instala en el fondo del salón con un bombo legüero y un tambor africano y empieza una secuencia rítmica. El Gordo y el Flaco, dice. Y los cuerpos animan una película muda. 24 compases después la rítmica cambia abruptamente. Ballet clásico, dice. Los cuerpos se distienden, hacen figuras. Más cambios. Jugadores de rugby. Gardel. Bailarines orientales. Monos. Vals. Porteños en la madrugada. Tenis. Chacarera. Me olvidé la billetera. Piazzolla. Antes de la fiesta. Rock… Se alterna la danza con la interpretación de escenas. Los talleristas saltan, gritan, ríen, bailan, interactúan. Ocurre una liberación, pienso, un teatro del cuerpo. Los cuerpos encerrados en las ciudades buscan expresarse. Y Lemêtre sigue tocando, impecable, diverso, lanzando consignas.
VAS: Durante la versión integral de Les Éphémères, dada en Buenos Aires, que duró casi 8 horas, usted compuso e interpretó toda la música. Solo. A veces un ayudante le acercaba los instrumentos… ¡Eran 29 episodios con géneros musicales distintos! ¿Cómo lo hizo?
Lemêtre ríe con ganas, extiende su antebrazo y se palpa la vena con dos dedos. Sigue riendo.
J.J.L: No. Primero, hice mucha música, estudié mucha música, de estilos y géneros distintos. La ventaja es que con la edad que tengo, viví en Europa el principio del renacimiento de la música barroca y de la música de la Edad Media, pero al mismo tiempo hacía free jazz. Porque también era la época del free jazz, era el final del rhythm & blues, era el comienzo del rock y de la música contemporánea. Yo fui parte de la generación que estuvo ahí en ese momento. Probé todo eso, porque yo buscaba dónde ubicarme como músico. Y nada me interesó.
VAS: ¿Y tomó todos los géneros?
J.J.L: Yo llamaba a grandes músicos, les decía que podía tocar, les preguntaba qué instrumento les hacía falta, y aprendía el instrumento si no lo conocía…
VAS: Usted, además, fabrica y tiene una colección de instrumentos…
J.J.L: Dos mil ochocientos.
VAS: ¡Por qué tantos! (Risas).
J.J.L: Tengo tantos porque en cada obra empiezo de cero. Como hacemos cada obra entre 200 y 700 veces, y yo busco el timbre del instrumento que corresponde con el personaje, y el timbre va pegado al personaje, el actor o la actriz escucha esto entre 200 y 700 veces. En el proyecto siguiente yo no puedo repetir el instrumento, porque el actor o la actriz me pregunta: “¿por qué estás tocando el rol de la otra obra?”. Entonces debo empezar de cero en cada obra. Tengo que cambiar de instrumento y después debo fabricar instrumentos, de los 2800, inventé 700. Porque ya no había, porque necesitaba instrumentos con determinados contenidos, o porque escucho sonidos o ruidos en la naturaleza o en la ciudad, y busco cómo poder hacer eso. Yo soy como los actores, no uso el realismo. Si necesito el sonido de una moto, no voy a tomar una moto, no voy a tomar el registro de una moto. Tengo que inventar el instrumento que hace la moto, porque no existe.
VAS: ¿Es necesario amplificar cuando hay fuertes momentos dramáticos?
J.J.L: No. No se necesita amplificar ni tocar fuerte para hacer algo dramático. Si sos verdadero y concreto en la relación con la gente en el escenario, no hace falta que toques fuerte ni amplifiques el sonido; si sos justo y afinado será el público quien haga la amplificación, porque tiene la imagen en el escenario. Imagen + sonido, el público amplifica el sonido.
VAS: Por último. Hablamos de creación colectiva en el Théâtre du Soleil, ¿cómo funciona la creación colectiva con respecto a la música?
J.J.L: No hay creación colectiva. C’est moi. Yo soy el colectivo. (Risas de Lemêtre, de la intérprete Luz Balaña, de Emma y el fotógrafo). Yo soy el lutier, el compositor, y el intérprete. (Más risas).
Los náufragos de la loca esperanza
A los pocos días de entrevistar a Lemêtre, este cronista viaja a Tierra del Fuego. Me impresionan los bosques rojos, las montañas nevadas, la ciudad empinada en la bahía, el puerto insomne de enormes cargueros. Me conmueve la historia de los yaganes y los onas, que fueron prácticamente exterminados en la campaña de Roca, la historia presidiaria del lugar, la historia de naufragios, de la cárcel y del faro del fin del mundo -recreado por Julio Verne en una insólita novela con piratas-.
Y al volver de Ushuaia, me encuentro con Emma Rotella en la Redacción del VAS. Trae un envío de Lemêtre: un DVD titulado “Ariane Mnouchkine au pays du théâtre”, y tres DVD’s con la versión integral de “Les naufragés du fol espoir”. Los náufragos de la loca esperanza. Un aporte para la entrevista, pienso. La veo de inmediato. ¡Y descubro que la acción principal y utópica ocurre en Tierra del Fuego! Casualidad asombrosa. ¿Cómo es la trama?
Se trata de una obra dentro de otra obra. En 1914, durante la crisis económica y política europea que desembocaría en la Primera Guerra Mundial, unos pioneros del cine deciden rodar -en un café a orillas del río Marne- una película poética y política que recree los valores humanistas y promueva el cambio hacia una sociedad más justa. La película está basada en dos novelas de Verne, El Faro del Fin del Mundo, y otra novela inconclusa llamada En la Magallanía, donde naufraga un barco de emigrantes cerca de la isla Hoste en el canal de Beagle. Los náufragos de la Loca Esperanza intentarán formar un mundo nuevo en pie de igualdad con los indígenas, basándose en los ideales ácratas y en un contrato social al estilo de Rousseau. Mientras los pioneros del cine hacen la película en un café del Marne llamado, precisamente, Loca Esperanza, estalla la Primera Guerra Mundial y es asesinado -en otro café de París- el diputado socialista Jean Jaurès, que había pedido a los obreros del mundo no participar en la Guerra. En la película, los náufragos luchan contra los cazadores de indígenas enviados por Roca, luchan contra las permanentes tormentas de nieve, y contra los intereses mezquinos propios, porque una parte de ellos decide explotar un yacimiento de oro.
Pese a todo, como decía Jean-Jacques Lemêtre al principio, el teatro le da algo al público. En este caso, esperanza. Aunque haya ocurrido la terrible batalla de Marne, de la Primera Guerra Mundial, donde estaba el imaginario café de los cineastas -dos meses después de la ambientación-. Y aunque no haya habido anarquistas en Tierra del Fuego, salvo los enviados a prisión -como Simón Radowitzky y Francisco Solano Regis, que lograron huir del penal de Ushuaia en 1911-.
La cárcel puede devenir en libertad y el fin del mundo en el comienzo de un mundo nuevo, pienso. Cabe agregar que Théâtre du Soleil -al modo de los imaginarios cineastas pioneros- produce Los Náufragos de la Loca Esperanza durante la Crisis Económica Mundial de 2008-2015 (todavía actual).