Terapia en el Malba
por Emilia Racciatti
Las dimensiones del psicoanálisis como una forma de leer y sus cruces con el arte argentino son abordadas en la imponente exposición «Terapia», que el Malba inaugura mañana con doscientas obras de más de cincuenta artistas, para interpelar y cuestionar las convenciones de la cultura y formular nuevas preguntas acerca de los límites de lo establecido.
«Quería hacer una exposición de arte argentino que reconsiderara desde la configuración de la modernidad hasta el arte contemporáneo, y el psicoanálisis ofrece una matriz interesante para leer eso», explica Gabriela Rangel, directora del Malba y una de las curadoras de la exhibición para la que trabajó durante más de un año con Verónica Rossi y Santiago Villanueva.
«Terapia» invita al visitante a comenzar el recorrido con una sala de espera, una instalación de Marisa Rubio en la que el espacio se convierte en el momento previo a ingresar a un nuevo plano, una introducción a la muestra en la que se podrán encontrar obras de Aída Carballo, Emilia Gutiérrez, Margarita Paksa, Marcia Schvartz, Eduardo Costa, Roberto Jacoby o Narcisa Hirsch.
«En la exhibición hay muchos trabajos que refieren directamente al psicoanálisis y a ciertos problemas del psicoanálisis o a los artistas en una situación de psicoanálisis y hay otros trabajos que, en un punto, nosotros llevamos o forzamos en ese vínculo para generar nuevas preguntas o problemas entonces hay material muy diverso», relata Villanueva.
De esta manera conviven obras organizadas en once núcleos temáticos: Sala de Espera, APA, Surrealismo, Test de Rorschach, Sueños, Autorretrato, Lo siniestro, Locura, Colonia Oliveros, Terapia grupal y Happening, y Relación Lenguaje e inconsciente que permiten abrir nuevas lecturas para explorar los vínculos entre arte y psicoanálisis, que no han sido tan revisados como los que se constituyeron entre literatura y psicoanálisis.
La exhibición también cuenta con trabajos de gente que estuvo institucionalizada y Rangel cuenta que eso le interesaba porque «una cuestión que tiene que ver con la terapia es la relación entre arte moderno y locura, que es una relación que de alguna manera pone en jaque a la historia del arte». La directora del Malba dice que quisieron trabajar con el Hospital Borda pero no pudieron porque en la pandemia cerraron el acceso a los archivos.
«Esto fue un problema porque (Enrique) Pichon-Rivière, que transita todos los momentos y en posiciones claves, fue quien inició y tuvo este contacto con el hospicio de las Mercedes, que después se llamó Borda, entonces Santiago nos puso en contacto con Claudia del Río, que es la persona que curó la sección de los trabajos de las personas que estuvieron institucionalizadas en Colonia Oliveros», explica.
En ese sentido, Verónica Rossi relata que cuando viajaron a la Colonia, ubicada en una zona rural de Santa Fe, para indagar en los trabajos que se expusieron en otros museos y espacios artísticos, mientras estaban en la capilla que ahora es el depósito de esas obras «uno de los usuarios (así llama Del Río a quienes viven o vivieron en la Colonia) entró y dijo ‘por favor no se las lleven que son parte de nuestra vida'». Cuatro de ellos viajarán a Buenos Aires a visitar la exposición que se presenta hasta el 16 de agosto en el primer piso del Museo.
En un contexto pandémico en el que el encierro, la incertidumbre y las nuevas formas de habitar los espacios sociales se impusieron, la salud mental fue tomando en el último año distintas conversaciones de la esfera pública y esta monumental exposición permite marcar nuevas preguntas para ampliar o profundizar esos intercambios.
«La exhibición arranca con la higiene mental que luego pasa a ser salud mental y son las dos discusiones de la psiquiatría y los estudios psicológicos. También el psicoanálisis aparece cuando hay una investigación exhaustiva en Estados Unidos y Freud reclama un estatuto de ciencia para lo que él esta produciendo. Se parece un poco a la historia del arte: los historiadores reclaman una ciencia para la historia del arte y justamente esa ciencia se puede deshacer en dos segundos», reflexiona Rangel.
Para Villanueva, «la muestra atraviesa también ciertas cuestiones políticas, ya que si hablamos de salud mental pensamos en la Ley de Salud Mental que se aprobó en 2010 y eso implica que la Colonia Oliveros no debería existir en un punto porque deberían, de a poco, desarmarse y tener otro tipo de formatos que no sean permanentes como los de las instituciones psiquiatras».
Rossi, investigadora y archivista, explica que «no es una muestra que habla solo de la locura, aunque la incluye porque la terapia también trata la locura pero invita, hace pensar de otra manera. Cuando Gabriela (Rangel) dice que la terapia era un discurso dentro del afán modernizador de las ciudades, las urbes, implica pensar un nuevo lenguaje, una nueva forma de vida. A esto nos referimos también con la terapia que se lanzó a finales de la década del 20. En la revista El Hogar, de la década del 30, ya se empieza a hablar de un lenguaje influido por la terapia y el psicoanálisis para llegar a su auge con llega Grete Stern y su consultorio en la revista Idilio pero ya se hablaba de este tema como una nueva forma de pensar y de interpretar».
En consonancia, Rangel sostiene que «el título está para pensar y dejar varios puntos abiertos y no casarse con la teoría freudiana aunque es la introducción de las ideas de Freud lo que dispara esta investigación y pulsión psicoanalítica que hay en este país».
Si para Villanueva el título «invita a salir también del psicoanálisis», para Rangel la invitación es a «entrar y salir» de la disciplina creada por Sigmund Freud en Viena -alrededor de 1896- que llega desde Europa a Buenos Aires a comienzos del siglo XX y en 1942 alcanza un momento de institucionalización con la fundación de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).
Un gran espacio de la exposición que abarca todo el primer piso del Malba está dedicado al «siniestrismo», el movimiento artístico creado en 1966 que se propuso redefinir el concepto de «arte siniestro» de Freud impulsado por Líbero Badíi y esta sala da espacio a otra que está en un desnivel, planteando una invitación a subir por rampa o por escalera a ver las obras reunidas en torno al surrealismo.
Rossi destaca allí la figura de Jacobo Fijman porque permite leer el entrecruzamiento entre la literatura y el arte. Dice que en el inicio de la investigación vieron que Pompeyo Audivert (padre) había hecho en el año 24 una carpeta de dibujos con muchos tintes surrealistas para ilustrar unos poemas suyos todavía inéditos y con lo recaudado editaron juntos ‘El molino rojo’, que fue su primer libro y es parte de los documentos que pueden verse en «Terapia».
«Fijman fue amigo de Valle Planas, de Pichón Riviere y estuvo internado en el hospicio de las Mercedes después de esta etapa. Además integró el grupo Martín Fierro. Tuvo una importancia vital para el surrealismo y la cultura de la época», explica.
Mientras se hacen los últimos movimientos previos a la inauguración al público, los tres curadores se entusiasman con los debates y los interrogantes que atravesaron la realización de la muestra. Villanueva considera que «la exhibición también trae los conflictos en torno al psicoanálisis. No todas las posturas son cómodas. La exhibición parte de un núcleo que es el del siniestrismo y el mismo Freud hablaba del psicoanálisis como un campo siniestro. Eso se retoma en la ultima sala con un movimiento antiterapia o antipsicoanálisis y todos los anti que van a surgir en los años 60, 70, 80».
Rangel opina: «Cuando la APA se hizo muy ajena a las realidades que estaban sucediendo y se salían de la ortodoxia llega la contracultura, los movimientos rupturistas y es cuando aparece el happening que no es necesariamente pintura o escultura sino que amplía la noción del arte, igual que se se amplia la noción de terapia y se cuestionan ciertos presupuestos universales». Villanueva acota que esa critica ubicaba al psicoanálisis como «un espacio de normalización, burgués y alejado de lo colectivo», aspecto que recuerda que fue enfrentado por los movimientos contraculturales de los 60 y de los años 80 posdictadura.
«Es importante que en un museo argentino que mapea el arte, me refiero a que es un lugar que ejerce cierta influencia en cómo se lee el arte esté este trabajo adentro de un museo como una colección porque es una manera de decir que esto tiene que estar considerado dentro de la historia del arte», finaliza Rangel.