Una muestra que explora los múltiples encuentros entre arte y palabra
por Milena Heinrich
Las posibles relaciones entre texto y creación artística son abordadas desde diferentes perspectivas en una exposición que se realiza en la Casa Nacional del Bicentenario y en la que a través de obras con un sentido estético casi obsesivo, decididamente comprometidas o con dejos literarios, se propone reflexionar en torno a la presencia de la palabra en artistas argentinos contemporáneos.
Pensada originalmente para un espacio de exposición como Tecnópolis, donde por primera vez se montó la muestra en el marco de la última edición del Encuentro de la Palabra, «Arte y Palabra», como lleva por título, llegó ahora a la Casa Nacional del Bicentenario de calle Riobamba 985, y se podrá recorrer hasta el 31 de mayo con entrada gratuita.
Con curaduría de Cristina Blanco y Marcela Roberts, la muestra reúne una potente selección de obras – con nombres como León Ferrari, Graciela Taquini o Luján Funes-, pensadas en torno a tres conceptos: huella, acción y ficción, es decir, como apropiación, como una toma de compromiso o partido, y como disparador poético y subjetivo.
«Quisimos pensar estos ejes como en la frontera y no como algo estanco; la palabra a veces aparece protagonista, otras más crítica. La idea es poder ver esos diferentes modos de relacionarse», explica Cristina Blanco sobre el espíritu de esta exposición que se propone explorar las múltiples formas de articulación de los artistas con textos literarios, periodísticos, callejeros, históricos.
El impactante archivo de recortes periodísticos que León Ferrari (1920-2013) recolectó en los años de la última dictadura cívico-militar y transformó en una resistente obra de arte que refleja la complicidad de algunos medios de comunicación con esos crímenes cometidos por el Estado, da cuenta de una de tantas las maneras de vincular esa relación entre palabra y creación artística.
«Hallan otro cadáver en la costa atlántica uruguaya», «Habeas corpus», «Solicitada» se lee entre los titulares de los diarios reunidos en «Nosotros no sabíamos». Una visitante se acerca para ver de cerca esos registros y el tiempo parece detenerse: «Esa es mi tía,desaparecida, nunca supe de esto, ni que había salido en un diario», dice refiriéndose a uno de esos artículos que nunca vio ni supo que Ferrari recortó y transformó en memoria.
Esa anécdota resume el poderoso gesto del arte, con sus constantes resignificaciones, y la propuesta de esta muestra, en la que no faltan otras formas de operar la relación arte/palabra más alejadas de la idea de acción, como el caso de la obra de Patricio Gil Flood que da la bienvenida al visitante con un letrero de tubos de neón rojos o la serie «Nidos» de Andrea Moccio creada con papel de guías telefónicas guillotinadas.
Pero también la palabra es Julio Cortázar con una obra de Pablo Lehman, quien en forma casi obsesiva y prolija deletrea manualmente en una suerte de camisa doblada con papel calado fragmentos de la novela «Modelo para armar», o la lectura en lenguaje de señas de poemas de Leónidas Lamborguini, Ricardo Zelarayan y Mariano Blatt en un video de Pablo Accinelli.
La palabra como huella, propone la curadora, puede ser un video como el de Leticia El Halli Obeid inspirada y mediado por «El libro de los pasajes», y en la misma línea otra forma de entender ese vínculo es una video-instalación de Ignacio Masllorens basada en «Caperucita Roja» a partir del relato de sus personajes (distintas generaciones) en primera persona.
La palabra de los medios de comunicación es tomada y resignificada en «El Kiosco Hemeroteca» de Lujan de Funes. Se trata de una serie de tapas de diarios en las que con la misma tinta de su producción la artista tapa la información para destacar y rescatar ciertos temas, ya sea violencia de género, memoria y otras problemáticas.
Distinguida por esta obra con una mención especial en la Bienal Siart de Bolivia, la artista, cuya serie de diarios argentinos es impactante por donde se la mire, escribió un poema acerca de las entrañas que llevaron a su obra, y cuyo espíritu bien lo resume el verso final: «sería feliz si los diarios fueran mejor pero no sé».
La palabra terror en mayúscula sobre un fondo amarillo tipo afiche de calle recubre toda una pared del cuarto piso de la Casa del Bicentenario en lo que es una propuesta de Juan Carlos Romero, que de alguna forma dialoga con las obras del Taller Popular de Serigrafía dispuesta a reinvindicar la lucha popular y denunciar los acontecimientos de diciembre 2002, a través de consignas como «trabajo» y «libertad».
Graciela Taquini moviliza con «Rota», una obra sonora en tono melodrama realizada con desechos tecnológicos informáticos (batería, conectores, un reproductor de DVD), y cerquita Claudia del Rio estremece con, entre otras, su serie «Vest» compuesta por unos collages de figuras femeninas al estilo Minnie que remiten a violencias y abusos hacia mujeres y niñas.
Toma de posición y juegos de palabras -otros modos de vincularse con el texto- emergen en las obras de Alberto Mendez con frases como «No vendo mis sueños porque duermo poco»; en las de Horacio Zabala con una obra en la que se ve una pluma escribiendo «este papel es una cárcel»; y también en las «Paideuma» del artista Fernando García Delgado.
Con gestos más simbólicos y estéticos de la mano de Javier Barilaro (como su collage «El Beso paraguayo») o bien en clave de compromiso y resistencia (basta recordar a León Ferrari), las obras que reúne «Arte y Palabra» invitan así con toda su heterogeneidad a recorrer los sentidos textuales que muchas veces inspiran o dan forma al trabajo de artistas argentinos.