VAS a Bolivia 5

por Rafael Gómez

Puesto fronterizo de Aguas Blancas, Salta.
No se puede pasar a Bolivia.
Mejor dicho: nosotros no podemos pasar.

La gendarme boliviana es alta, bonita, aunque lleva anteojos de marcos gruesos que le endurecen la cara. Tampoco es amable. ¿Por qué no nos deja pasar? Porque el seguro de la camioneta debe regir en Bolivia. Tiene razón, decimos. Es una exigencia justa. Pero este seguro rige en el Mercosur, le tendemos la credencial con el recibo de pago. La gendarme lee. Debe decir que es válido específicamente en Bolivia, explica. ¡Pero Bolivia forma parte del Mercosur! No, dice la gendarme, no forma parte. (¡Cómo que no, Evo Morales adhirió al Mercosur en diciembre de 2012!). Debe decir que es válido para Bolivia, insiste la gendarme. ¿Entonces qué hacemos?, le preguntamos. Pueden mostrarme la póliza del seguro, contesta la gendarme, allí debe decir. Pero no trajimos la póliza… Pueden pedir a la compañía del seguro que les mande la póliza por mail, dice automáticamente la boliviana. Y nos damos cuenta de que ya ha dicho eso muchas veces, lo dirá todos los días. ¡Pero hoy es viernes y casi son las seis de la tarde!, protestamos, ¿quién nos va a responder a esta hora? Tendremos que esperar aquí hasta el lunes… No llegaremos al Congreso de Cultura Viva en La Paz… Nada la conmueve. Prueben con la compañía del seguro, insiste la gendarme. ¿Aquí hay Internet?, preguntamos. No. Hay un locutorio en Aguas Blancas, responde. Cierra una carpeta sobre el escritorio. Y es como si cerrara la puerta de una trampa.

Aguas Blancas está en un barranco junto a la RN 50. Diez manzanas pequeñas e irregulares entre tres o cuatro calles de tierra. Más allá, aunque no lo vemos, está el río Bermejo; y más allá, cruzando el río, la ciudad boliviana de Bermejo con 40.000 habitantes. Llegar a Aguas Blancas no es sólo bajar al barranco, sino llegar a un lugar sórdido. No hay bar, plaza, estación de servicio, hospital ni escuela. Hay chabolas sin revoque, galpones de chapa, automóviles cargados como camellos. Un almacén, vagabundos. Indiferencia, desidia. Y la sensación de lo precario, de que todos están de paso, castigados y ajenos, en un lugar que subsiste del tráfico de frontera, del contrabando por chalanas y automóviles. Hay menos luz, empieza el atardecer. Un borracho juega con un perro. Dan ganas de pegar la vuelta, pero buscamos el locutorio. Entonces M grita: ¡La póliza debe estar en la netbook! Hicimos la operación por transferencia, mandaron la póliza por mail y después por correo. M busca, fue hace dos meses, tal vez tres. La encuentra. Respiramos profundamente.
El locutorio es un galpón en penumbra. Luz de monitores. Dos filas de máquinas estridentes con juegos violentos, ocupadas a pleno por chicos silenciosos, y al frente una señorita gorda, que también juega. Será la escuela substituta del pueblo, pienso. Una clase abstraída entre disparos, sirenas, explosiones y pantallas ardiendo. Tratamos de rescatar a la señorita de ese infierno: necesitamos imprimir esto, es sólo un minuto, no la molestaremos más. La señorita de mala gana conecta la impresora. Saldrá caro, dice, son muchas páginas. No importa, hágalo. Salimos con la póliza hacia el puesto.
¿Tengo que leer todo esto?, pregunta la gendarme. No, sólo el primer párrafo de la página 6, le dice M. Bien, dice la boliviana. Abre una carpeta del escritorio y es como si abriera una trampa.

Anochece entre los árboles de la yunga y una fila de camiones. A las 19 horas del viernes 17 de mayo, la camioneta VAS va por la RN 50 y cruza un puente sobre el río Bermejo. En la mitad del puente, la RN 50 se convierte en la RN 1. Estamos en Bolivia. Tomamos una curva empinada. Falla nuestro plan de hacer los caminos desconocidos de día, especialmente si son de montaña. Estamos a 500 metros de altura y vamos a Tarija que está a 200 kilómetros y a 1800 metros de altura. El camino, buen asfalto de dos carriles, tiene líneas con marcas fosforescentes entre los carriles y en las banquinas. Parece seguro, le digo a M. Hace diez horas que salimos de Santiago del Estero: ocho horas de camino, dos de trámite aduanero. Deberíamos haber descansado en la ciudad de Bermejo y hacer esta ruta por la mañana, pero no lo consideramos. Tenemos ansia por llegar a Tarija, al Congreso, y de conocer Bolivia, el país “bolita” devenido en país plurinacional con el primer gobierno indígena de América. ¿Se estará sacudiendo el colonialismo, Bolivia? El camino serpentea, sube por las laderas siguiendo la cuenca del río Bermejo, que hace de frontera con Argentina. Pero no vemos el río. Hay curvas, contra curvas y camiones que aparecen de golpe. La camioneta va a 60 km/h, a veces menos. La pantalla del GPS muestra un tirabuzón. De pronto hay cabras a los costados. Cruzan dos vacas. El GPS marca 1100 metros de altura. No vemos más de lo que nos muestran los faros de la camioneta. Una ladera rocosa o vegetal, las líneas fosforescentes de la ruta, y un costado negro que suponemos abismal. Vamos zigzagueando dentro de esos límites. Siguiendo las líneas y vigilando los resplandores en la ladera, para saber si viene alguien. De pronto, al salir de una curva aparece una roca. Está a 20 metros. Ocupa el carril y tiene el tamaño de un colla sentado. Está a 4 metros. Esquivamos el colla. M grita. Vamos como en un tren fantasma, digo, pero no le hace gracia. No sabemos qué aparecerá, ni cuándo. ¿Será así hasta Tarija?, pregunta M. Ahora vamos en pendiente y luego el GPS dibuja una curva de por lo menos 300º. Montaña rusa y tren fantasma, digo. Imposible parar o dar la vuelta. M adelanta el sentido y la profundidad de las curvas con el GPS. Estoy atento a las apariciones. La camioneta va a 40 km/h. Y aparece una luz por detrás, dos faros en el espejo retrovisor. Nos pasa una camioneta blanca, Toyota Rav4. Ésta conoce el camino, digo a M. ¡Tenemos suerte! Acelerar y seguir al conejo blanco, como Alicia en el país. Vamos a 70 km/h. La camioneta blanca nos marca las curvas, avisa cuando frenar, encuentra primero las apariciones. Somos afortunados. Pasamos el caserío de Coyambuyo, luego un rebaño de cabras, después un túnel. Estamos a 1800 metros de altura, llegando a La Mamora, un pueblo minero con tradición de ovnis. ¡Ojalá no aparezcan! Aquí es la mitad de camino a Tarija, señala M. Tardamos casi dos horas en hacer cien kilómetros. La camioneta blanca aminora la marcha, hace señas para que pasemos. Ahora nosotros conducimos y ella viene detrás. ¡Solidaridad en la montaña! M vuelve a la función de copiloto anticipando las curvas. Aquí la RN 1 se separa de la frontera y entra de lleno en Bolivia, informa. Oídos tapados, hay rocas en la ladera, subimos. Estamos a 2200 metros, dice M. Juego de curvas y contra curvas muy cerradas, dice. ¡Terrible! Es todo así. ¿Quién nos mandó tomar este camino? La gente de Pueblo Hace Cultura, respondo. Debimos haber entrado por La Quiaca o por Yacuiba, dice. Subimos, bajamos. Vienen tres camiones, sigue atrás la camioneta blanca. La ruta gira 300º y entramos en Padcaya. Hay casas de tejas, una plaza, bar con parroquianos, estación de servicio. Padcaya es una ciudad agraria, punto estratégico donde confluye la RN 28 desde Villazón-La Quiaca con la RN 1. Seguimos. Recta larga, dice M. Ya no veo curvas pronunciadas en el satélite. Entramos en un valle, dice M. Cartel. 40 kilómetros para Tarija. La camioneta va a 120 km/h. Pasamos un caserío, después otro. Hay galpones iluminados, industrias, más casas, menos descampados. Aumenta el tránsito. La camioneta va a 90 km/h. ¡Estamos en un llano! Hay caminos transversales, postes de luz, calles. Miramos cautivados. Nos sobresalta la voz española del GPS, que anuncia una rotonda a 1,7 kilómetros. A partir de la rotonda, la RN 1 se convierte en un bulevar de seis carriles con luminarias amarillas. Llegamos a Tarija, parece un premio.

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