Yo te amé en Nicaragua
Por Ximena Schinca
De visita por Buenos Aires, la periodista Gabriela Selser dialogó con Periódico VAS
Su padre amó Nicaragua aun sin conocerla. Y ella a los 18 años, siguiendo los pasos de la revolución, quiso hacer territorio en donde su papá, el legendario periodista Gregorio Selser, había hecho cartografía. Fue el 11 de febrero de 1980, cuando el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) intentaba una de las réplicas de la revolución socialista tras derrotar a la dictadura de Anastasio Somoza, que Gabriela Selser llegó a la sofocante Managua para sumarse a las brigadas de la Cruzada Nacional de Alfabetización. Con el deber educador cumplido, la muchacha argentina, que en 1976 se había exiliado en México con su familia perseguida por la Dictadura, se instalaba en Nicaragua para trabajar como corresponsal de guerra en la Agencia Nueva Nicaragua (ANN) y en el diario Barricada.
Hace unos días, la hija menor de Gregorio Selser (hermana de las periodistas Claudia e Irene) regresó a Buenos Aires para presentar Banderas y harapos, el libro que recorre su experiencia como brigadista y corresponsal cubriendo los combates entre el Ejército Popular Sandinista y los Contras. “Yo no me quería ir de Buenos Aires, y Nicaragua me salvó de vivir el destierro”, afirmó Gabriela en el auditorio de Caras y caretas. “Gravielita” (como la llamaban sus papas campesinos en el pueblito de Waslala) pronto adoptó a Nicaragua como su nuevo hogar. Quizá fue así de rápido porque ya conocía a la tierra del Sandino, general de hombres libres, que su padre había retratado minuciosamente en la biografía del líder nicaragüense. “Yo había crecido escuchando sobre el patriota campesino que había conducido la resistencia contra la ocupación. Para mí, Sandino era alguien muy cercano”, recuerda la escritora en diálogo con Periódico VAS.
“Vos hiciste la teoría, dejame que yo haga la práctica”, fue el argumento que utilizó para convencer a Gregorio de que la dejara viajar. El resto de la historia se lee en Banderas y harapos, un relato de sus vivencias en medio de la guerra, de experiencias de amor y de muerte en las trincheras, de cuerpos podridos atacados por zopilotes, de solidaridades, dolores, y cercanías con figuras como Fidel Castro, Julio Cortázar y Daniel Viglietti.
–¿Cuánto hay en tu libro como sobreviviente de esa guerra?
–El libro ha dado paso a una catarsis colectiva. Hubo presentaciones en las que todos lloramos, porque eran muy intensas las historias que se contaban y estaban guardadas. No se trata de recordar el pasado para sufrir, sino de revisar qué se hizo mal para no repetirlo, para honrar a esa gente que dio hasta la vida. En Nicaragua, no hay ningún tributo a toda esa gente. En los libros de historia, la revolución está resumida en media página. Por eso la gente quiere tanto este libro, porque se ve reivindicada.
Del fracaso a las pequeñas revoluciones
“Algo extraño vibraba en el aire, como si el espíritu de aquellos tiempos de agonía y esperanza bajara sobre las cabezas de los que habían sido parte de la hazaña y estaban allí”, señaló el escritor y ex vicepresidente nicaragüense Sergio Ramírez, sobre la presentación de Banderas y harapos en Nicaragua. “Recomiendo que lean ese libro maravilloso”, destacó Gioconda Belli antes de que se presentara en Bogotá. El título alude al poema de la costarricense Virginia Grütter, “Bandera de harapos”, porque eran las banderas de Sandino, dice Gabriela, porque él tenía un ejército de campesinos y harapientos. Pero para Gabriela, los harapos son la Nicaragua actual.
–¿Crees que la revolución fracasó?
–Fracasó un proyecto de cambio social concebido a nivel institucional; un proyecto por el que murieron 50.000 personas primero, y luego más de 30.000, sólo del lado sandinista. Del lado de los Contras, que también eran nicaragüenses, murieron otros miles. La revolución fracasó como proyecto que reivindicaba la lucha armada para tomar el poder, al no encontrar un gobierno que lo pudiera concretar y porque la guerra no dejó ser a la revolución.
“Hoy se me acercan feministas y me dicen que ellas no creen que la revolución haya fracasado, que ellas están logrando pequeñas revoluciones. A mí eso me gusta. No se perdió todo, algo se está retomando desde la sociedad civil, pero el gobierno es lo menos parecido a una revolución. Daniel Ortega tiene una alianza, que esgrime con mucho orgullo, con los grandes capitales privados, con los mismos que fueron detractores de la revolución en los años ochenta”.
–¿Es Cuba la última expresión de aquellas revoluciones?
–Tengo mis dudas de que en Cuba haya revolución. Hay una mezcla de sistema capitalista, semi-capitalista y una cosa que no se sabe qué es. La gente no está conforme con lo que tiene, tiene limitaciones no sólo económicas y sociales, sino de la libertad más pura y simple, como salir de su país si le da la gana. Para mí, eso no es revolución.
“Hoy la verdadera revolución pasa por esa defensa de espacios de poder, de poder hacer lo que uno quiera, de poder expresarse distinto, de pequeñas revoluciones”.
Cuando en 1990 el Frente Sandinista perdió las elecciones, Gabriela creyó que el mundo se derrumbaba. Desde entonces, en Nicaragua no se volvió a hablar de la revolución. Pero a finales de los 90, los recuerdos volvieron como pesadillas recurrentes sobre combates y gente muerta. Gabriela empezó a escribir.
–¿Por qué recién ahora tu primer libro?
–Nunca tuve tiempo de escribir un libro. Éste empezó como una necesidad de sanar, y es un libro escrito por una periodista de calle. Traté de contar esa historia como yo la viví en esos años.
A ocho meses de su publicación, con más de 15 presentaciones, Banderas y harapos va por su tercera edición, vendió más de 3.000 ejemplares y es material de estudio en tres universidades de Nicaragua. Gabriela dice que fue una forma de sanar, de recuperar la memoria y honrar el pasado. Resuena en su historia la letra que un rosarino dedicó a Nicaragua: Yo te pido que esta noche / No me dejes en el mar / Que ya no duermo por las noches / Siento que algo va a estallar
Fotos: Rocío Bao