Zoom Histórico: La Pasta Frola
Av. Corrientes 1365 -entre Uruguay y Talcahuano-
En 1580 la manzana limitada por las actuales calles C.Pellegrini-Sarmiento-Cerrito-Corrientes, era un parche de tunales y gramíneas, y fue adjudicada a Esteban Alegre por Juan de Garay. En 1620 compra esa manzana Pérez de Burgos e instala allí un matadero. La aldea tiene por entonces 1060 vecinos, las calles son sendas difusas marcadas por huellas de carretas fantásticas entre un caserío disperso. En 1700. La manzana que nos ocupa ya no tiene matadero, su nuevo propietario es Francisco de Araujo, y viven allí artesanos, carreteros, y judíos portugueses perseguidos por el Santo Oficio. En 1720 Domingo Acasusso, madrileño, capitán del rey, devoto y próspero comerciante, compra la propiedad para desmantelar el arrabal y construir una iglesia. La obra se inicia en 1721, el capitán del rey muere al caer de un andamio mientras se construye la torre en 1727. Acasusso era soltero pero tuvo varios hijos e hijas naturales, una de ellas de nombre Tomasa estaba casada con Francisco de Araujo, el anterior propietario, quien asumió el carácter de yerno y heredero. La iglesia fue terminada en 1732 y tomó el nombre de San Nicolás en honor al santo patrono de Rusia (c. 304-345). Cuenta la leyenda que el santo hizo regalos en secreto a las tres niñas de un pobre hombre, que incapaz de darles dote estaba a punto de arrojarlas a una vida de pecado. A raíz de esto, la costumbre de hacer regalos secretos a los niños en las vísperas de Navidad, o de atribuir esos regalos a Papá Noel o Santa Claus. Quizás fuera por esta leyenda que don Francisco Araujo y su esposa donaron un terreno aledaño a la iglesia en 1736 para edificar una «Casa de Huérfanas» y evitar que las niñas pobres sucumban al pecado de la prostitución. Lo cierto fue que a partir de 1738 la hoy Av. Corrientes, que era por entonces apenas un sendero agreste, tomó su primer nombre: Calle que pasa por el costado de la iglesia San Nicolás, luego pasó a llamarse directamente San Nicolás y el barrio entero tomó ese nombre. En cuanto a la «Casa de Huérfanas», separada de la iglesia por un sendero llamado Santa Lucía, fue reclamada por las monjas Clarisas que vivieron allí desde 1749 hasta 1756. En 1810 la zona que nos ocupa centrada en la iglesia ofrece este aspecto: hay una pulpería y parador de carretas detrás del templo, un camposanto en el costado norte, la «Casa de Huérfanas» devenida en convento en el costado sur, y hacia el este, la plaza de la Unión, un mercado de frutos muy concurrido que se extendía hasta lo que hoy es la sede del Banco de la Ciudad de Buenos Aires. En 1822 el sendero Santa Lucía tomó el nombre de Cuyo. En 1895 hay alrededor de la iglesia casas bajas y de altos, comercios protegidos por toldos, y calles de adoquines. San Nicolás tiene 19.994 habitantes y 892 comercios, de los cuales 240 son atendidos por italianos. En 1909, precisamente un italiano funda en la calle Cuyo 1050 -actual Sarmiento- una confitería llamada La Milanesa. En 1917 la familia italiana Repetto compra el negocio, lo amplía, y le cambia el nombre por La Pasta Frola. El emprendimiento apunta a deleitar a la gran cantidad de inmigrantes con sus pastas tradicionales: sfogliatelle, pasticciotti, cannoli siciliano, casatine, pastiere. En 1931 se expropian las manzanas de Corrientes y Sarmiento al 1000 para construir la Av. 9 de Julio. Cae bajo la piqueta la iglesia San Nicolás junto a toda la edificación. La Pasta Frola se muda a la Av. Corrientes 1365, su local actual. Los cuñados de Repetto, Ivaldi y Prea, quedan al frente del negocio. La Av. Corrientes es el eje cultural de la Ciudad. En la cuadra de La Pasta Frola hay cines, teatros, librerías, cafés notables, tanguerías. Cabe destacar el teatro Apolo -hoy galería Apolo- donde se estrenaron obras de Roberto J. Payró y Armando Discépolo, o los cafes La Real y El Telégrafo, que fueron reductos tangueros y centros de la bohemia porteña, frecuentados por Florencio Parravicini, Lola Membrives, Luís Arata, García Lorca, Benavente, Carlos Gardel, y tantos otros. En 1937 se inaugura el Obelisco y el primer semáforo en C. Pellegrini y Sarmiento. 1948. Se incorpora a la confitería Antonio Porselle, maestro pastelero -es él quien suministra datos para este ZOOM mientras corta y amasa una mezcla esponjosa con almendras-. La masa se trabaja sobre mármol frío para conservar las propiedades de los ingredientes, dice, luego va a una cámara frigorífica y después se termina la elaboración. A las masas italianas se suman las españolas: ensaimadas, panallets, tortell; y las alemanas: strudell, y tarteletas, señala Mabel López, encargada de la caja y empleada del lugar desde hace treinta años. Hay doce maestros pasteleros, cada cual con su especialidad. Sus productos ya son un referente del «sabor del Centro». Tienen el sabor de «siempre» porque son fabricados de la misma forma. Esta magia del sabor que permanece inalterable en el edificio de la memoria, como decía Proust, y poder degustar -por ejemplo- una sfogliattella similar a la que comían nuestros abuelos a la salida del teatro Apolo, son parte del éxito de La Pasta Frola. Hoy, el negocio está próximo a cumplir cien años, trabajan 35 personas y están al frente Remigio Piñeiro y Alfredo Álvarez. No podemos dejarlos sin llevarnos algo frágil, dulce o salado, como un pedacito de Buenos Aires.