VAS a Bolivia 7
por Rafael Gómez
Sábado 18 de mayo, mediodía. Estamos en Tarija, sur de Bolivia, camino al Congreso de Cultura Viva en la ciudad de La Paz, pero nunca llegaremos. Salimos de Buenos Aires como parte de una caravana convocada por la organización Pueblo hace Cultura. Adherimos a la idea de fortalecer los emprendimientos culturales autogestivos. Participamos en reuniones y eventos, los difundimos (la última actividad se hizo en un salón del Congreso Nacional, presidida por el diputado Claudio Lozano). Sin embargo, pese a la convocatoria, no recibimos el más mínimo apoyo de la organización Pueblo hace Cultura para hacer el viaje, ni durante.
¡Y aquí estamos! Día soleado. Dejamos la camioneta en la plaza principal de Tarija y caminamos hacia la Casa de Cultura para buscar información. Hay en la vidriera del local un afiche (hecho en Buenos Aires) de Pueblo hace Cultura promoviendo la Caravana hacia el Congreso de Cultura Viva. ¿Estuvieron por acá?, preguntamos con tonada porteña señalando el afiche, a modo de presentación. Sí, nos dice sonriendo una mujer de treinta años. Ustedes parecen perdidos. Aparecen por tandas, sin saber unos de los otros. Son como los Vagabundos del Dharma, dice. Tal vez seamos un poco eso, digo también sonriendo. Buscamos otra cultura. ¿Cómo Jack Kerouac?, pregunta. Tal vez. Una cultura más distributiva, menos mercantil, digo. La mujer no parece boliviana, es muy delgada, rubia, tiene en el rostro marcas de viruela. Pues no encontrareis aquí mucho de eso, nosotros venimos del mercado y de la acumulación capitalista. Me llamo Vicky Alonso, dice, nos da la mano y vuelve a sonreír. Se presenta como directora cultural, nosotros como periodistas. Y casi sin querer empieza una entrevista.
¿Por qué dices que no encontraremos aquí otra cultura?, pregunta M. Tarija siempre ha sido predominantemente mercantil y capitalista, dice Vicky Alonso. Puedo demostrarlo. Lo demás es leyenda. No hubo una Tarija milenaria y new age con culto a la Pachamama, como creen algunos. Hubo, sí, tribus guerreras disputando poder y territorio: incas, chipayas, aymaras… Nada que pueda considerarse hoy contracultural o de estilo hippie. Vicky hace un gesto de disculpa. ¿Cómo puedes demostrarlo?, le pregunto. ¡Este mismo lugar es la prueba!, dice Vicky. Ahora funciona como museo y Casa de la Cultura. Antes se llamaba “La Maison D’or” y pertenecía al hombre más rico de Tarija. Este lugar es la referencia más importante de la zona: el origen y el futuro. ¡Aquí está lo profundo! El resto es leyenda fantástica, Indiana Jones, mis queridos peregrinos del Dharma. ¿Quieren la demostración? Nos miramos estupefactos. Pues entonces, síganme, dice Vicky Alonso, y abre, histriónica, una puerta cancel de tres hojas. Irreverente visita guiada a “La Casa Dorada”, anuncia.
Vemos un patio central con estatuas griegas y jardín escrupuloso, puertas que dan a una galería, una escalera labrada, otras dos galerías sobre el perímetro del patio. Vicky abre puertas, muestra salones de damasco, de techos espejados, muestra sillones y mesas francesas, cortinados espesos, pianos y pianolas, porcelanas, cristales, alfombras orientales, tapicerías, escritorios taraceados, camas con dosel, y hasta una capilla con sacristía, confesionario, cúpula y altar de mármol. La Casa fue diseñada por dos arquitectos suizos en 1886, explica Vicky. Las paredes externas, con columnas y cariátides, estaban cubiertas de dorado a la hoja, de modo que la Casa podía verse desde muy lejos. ¿Y de quién era?, preguntamos. De un mercader, responde Vicky. Moisés Navajas Ichazo, que hizo fortuna trayendo ropa y muebles de lujo europeos. Todo esto, porcelanas, aparadores, cristales y pianos, llegaba desde Buenos Aires, a lomo de mula por Los Andes. Así se construyó esta casa enorme, para encandilar la ambición de los campesinos. Aquí sólo vivían dos personas: Moisés Navajas Ichazo y su esposa Esperanza Morales Serrano, Vicky muestra sendos daguerrotipos tamaño natural a cada lado de un bargueño. Y aunque nunca tuvieron hijos ni demasiados amigos, se hicieron construir por los arquitectos suizos una casa de verano que está a nueve cuadras. Una mezcla fantástica de Alhambra con cúpulas de iglesia y carpas de torneo medieval, llamada Castillo Azul, digna de Walt Disney. Algo increíble para un valle andino. Deberíais verla para daros una idea del acervo que padecemos, dice Vicky en tono castizo. Entre la Casa Dorada y el Castillo Azul hallareis todas las ambiciones y los sueños de los tarijeños. No encontraréis otra cultura aquí, mis queridos vagabundos del Dharma. Sólo comercio, acumulación y colorida fantasía.
¿Sabes algo del Congreso de Cultura Viva en la Paz?, pregunta M. Puede que allí, las cosas sean diferentes, dice Vicky. Allí iremos, digo. Pues no van a poder pasar, advierte Vicky. ¡Está el conflicto minero! Ahora hay tregua durante el fin de semana, pero el lunes saldrán las cholas de Monchara llevando cartuchos de dinamita en bandolera bajo los ponchos para cortar la ruta a Potosí. No van a poder pasar. Entonces el hilo de la entrevista se corta. ¿No vamos a poder pasar? No, hasta que haya acuerdo, dice Vicky. Es la segunda vez que nos dicen que no podemos pasar. La primera fue ayer, una gendarme boliviana en la frontera de Aguas Blancas. ¡Pero qué está sucediendo!, estallo. Vicky tiene los ojos húmedos: es un conflicto entre el ejército y los mineros, dice. Los mineros reclaman al Gobierno la misma jubilación que los militares, los militares se jubilan con el 100 % y ellos con el 50. No hay dinero para todos y el Gobierno ordena reprimir a los mineros. Podría equipararse una jubilación para todos. Pero en la profundidad hay un conflicto muy antiguo entre las tribus, explica Vicky: los aymaras -que ahora están en el ejército y en el Gobierno- son muy orgullosos y resentidos. Ellos quieren tener una posición de privilegio y los demás resisten. ¿Entienden lo que sucede?
Salimos aturdidos de la Casa Dorada, y con una decisión muy importante que tomar. Recorremos Tarija con la camioneta. Paramos en un mercado de frutos y luego en un mercado de toda clase de cosas, que se extiende como una feria enorme abarcando varias calles. Pero no hay artesanías. No vemos un solo telar, ninguna cerámica. Hay ropa barata y electrodomésticos, de maquilas hondureñas o mexicanas. Zapatillas y remeras adulteradas. Olor a fritanga. Mucho plástico. Una versión mercantil actualizada y popular de La Casa Dorada. Mucha gente comprando, comiendo. Y en los alrededores, cholas y cholos bajando mercadería de las Toyota y las Nissan 4×4.
Más tarde, encontramos el Castillo Azul, y la descripción de Vicky -lo mismo que su interpretación cultural- nos parece acertada. Los arquitectos suizos habían intentado darle fresco a la casa de verano pintando franjas azules en las paredes y las cúpulas, como si fueran las lonas de las carpas de los balnearios europeos de principios del siglo xx.
Volvemos al Centro y comemos en un restaurante frente a la plaza. El lugar, que fuera en sus orígenes casa señorial española, está pintado con colores estridentes, cuadros y espejos de marcos dorados, y tiene un patio cubierto con una cúpula original, de cristales celestes y azules. Nos abruma un poco el lugar -que es como estar dentro de una pecera-, pero mucho más nos pesa la decisión tomada. No iremos a La Paz. No cubriremos el Congreso. Es más: mañana dejaremos Bolivia, antes de que se venza la tregua minera.
Hubo falta de previsión nuestra, cierto. Pero también hubo desprotección, distancia, e indiferencia de la organización convocante: Pueblo hace Cultura. ¡Curiosa forma de hacer cultura! ¡Curiosa forma de convocar y de ser solidario!
Tras averiguar el estado de los caminos y cargar nafta, el domingo 19 de mayo a las 9.30 hs. salimos del hotel “Los Ceibos”. Los hoteles cuestan para los argentinos un 50% más que a los bolivianos, y la nafta debemos pagarla un 70% más. Interpretaciones del Mercosur. Tomamos la avenida Panamericana y pasamos por el Mercado Campesino. Mucha gente comprando. Cholos vigilando el movimiento desde camionetas 4×4. No hay otra cultura, como decía ayer Vicky, sino un cambio de elite. Hay una nueva elite de poncho y 4×4, y la misma cultura de mercado.
Dejamos Tarija. Tomamos por el paso de Paichani a Calama, que atraviesa el centro de una montaña con un túnel de diez cuadras en línea recta. Y después termina el asfalto, las rectas, y empieza uno de los caminos de altura más peligrosos del mundo. No pasan dos autos, hay piedras sueltas, cornisas de vértigo. Poco debe haber cambiado esto desde que el mercader de la Casa Dorada traía sus novedades europeas a lomo de mula. Subimos entre curvas. Subimos hasta que desaparece la vegetación. El GPS marca 4200 metros de altura. El paisaje se extiende. Nos detenemos en una cima y salimos de la camioneta. Nada sobre nosotros. Techo del mundo. Abajo, entre laderas, pasan las nubes. Silencio profundo. Viento. Abajo, entre las nubes, un río. Casas minúsculas, manchas verdes, un corral de cabras. Volvemos a la camioneta. Camino y piedra. Frenada. Encontramos un camión en una curva. Marcha atrás para darle paso. Aparece la vegetación. Bajamos. Tocamos bocina en las curvas. A los 3000 metros, encontramos un rebaño de cabras y después un pequeño pueblo llamado Tojo.
Nadie. Pobreza. Una casilla de ladrillos de adobe con una leyenda pintada: “Camino al cambio”. Seguimos bajando. Encontramos otro pueblo llamado Carretas más pobre que el anterior. Un muchacho con un bidón hace señas. Pide ir a Villazón. Lo llevamos. Cuenta que va a Villazón a comprar nafta para su moto. No hay surtidor más cerca. M le pregunta sobre el lugar. Acá no hay electricidad ni gas, dice el muchacho, y a veces se desborda el río, dice señalando el cauce. ¡Cómo no hay gas, si aquí están las reservas más importantes del mundo!, pienso. Llegamos a otro pueblo. Higueras, dice el muchacho. ¿Higueras, donde mataron al Che?, pregunto. El muchacho no responde. ¿Has oído hablar del Che Guevara? Pues, no… no he oído. Lo mataron en otro pueblo que está más al norte, dice M, se llama La Higuera. Hay una cuesta empinada y viene un camión con gente en la caja. ¿Me detengo para dar paso? No, responde el joven, ellos esperarán hasta que bajemos. Y, efectivamente, sucede así. Son turneros, hacen dos viajes diarios, explica el joven. El camino se complica. Subidas, curvas, piedra suelta. La camioneta va a 30 km/h. ¿Y qué transportan?, pregunta M. Frutos de la tierra, responde el muchacho. Higos, sandías, melones, lo que da la tierra. El GPS marca una curva de 300º. ¿Esto es así hasta Villazón? No, detrás de aquel cerro empieza el asfalto y es todo derecho hasta Villazón. Sucede así, una hora después estamos frente a un horizonte llano, desierto, en una ruta asfaltada. La camioneta va a 160 km/h. Pero no es que hayamos bajado de la montaña, estamos en la Puna a 3400 metros de altura. Aparece Villazón, frontera con Argentina. Nos acercamos a una estación de servicio. ¿Cuánto le debo?, dice el muchacho. Nada, contesto. Sonreímos. Le pregunto su nombre, le digo el mío, y nos damos la mano. Adiós, Bolivia.
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Excelente cronica. A veces los lugares y culturas se idealizan, el romanticismo y la realidad no siempre van de la mano. Es un pais hermoso y con muchos recursos pero para recorrerlo hay que pelear, hacerce mala sangre muchas veces y tener estomago de acero por que el agua y sobre todo la comida es muy distinta. Cuand visite Bolivia me agarro un corte a la salida a dos horas de tarija camino a potosi. Quedamos varados 17 hs en el micro porque no podiamos avanzar ni retroceder por la fila de autos, camiones y por lo estrecho del camino que subia en circulos. Despues de todo ese tiempo cuando era de madrugada noche hombres empezaron a entran por la fuerza a los micros pidiendo que bajen todos los varones. Nos llevaron adelante de todo donde estaba el corte para correr x la fuerza unas rocas gigantes que taponaban todo el camino. Con palos y piedras en las manos nos hablaba un tipo con pinta de caudillo que nos gritaba «vamos a hacer cumplir nuestro derecho de pasar por la fuerza y con sangre si es necesario». Pense que estaba exagerando a los cinco minutos estabamos escalando la montañana y desde las nubes mas arriba nos amenazaban, caian piedras y otro grupo bajaba a lo que fue una batalla campal, intente esconderme evitar golpear, pero luego me encontre defendiendome, senti que si no lo hacia me iban a matar, no tuve esa sensacion nunca mas en mi vida, ni siquiera las veces que estuve en la cancha y se pudrio todo, esto ni se parecia a nada. El grupo qur cortaba fue retrocediendo subiendo por la montaña nosotros los perseguiamos cuando se escucho un estruendo fuerte el piso se movio todo, luego un pequeño silencio, estabamos aturdidos y derrepente ruido de rocas pulverizando rocas. Comenzo a llover piedras de todos los tamaños. Tuvimos la suerte que frente a nosotros habia una roca que sobresalia de la tierra y en el angulo de ella nos escondimos, forma un techo. Ahi vimos rodar piedras del tamaño de autos encima nuestro. Escuchamos los gritos de las mujeres que habian quedado abajo. Despues de dinamitar la montaña con nosotros encima bajamos a nuestros micros. Nos comimos lo ultimo que habia aves y animales de corral, verduras de comerciantes (comerciantes enteros lloraban porque era lo unico de valor que tenian) y la poca agua que quedaba. Luego de esperar casi todo el dia siguiente hubo tregua y nos dejaron pasar, eso si cuando pasabamos por el corte no falto quien nos apedreo, nadie se sorprendio, era lo acostumbrado…