Una Tradición Porteña
En 1909, cuando Corrientes era angosta y no había Obelisco ni Av. 9 de Julio, ya estaba la confitería La Pasta Frola en el Centro de Buenos Aires, en la calle Sarmiento 1050. La Ciudad crecía entonces pujante y con elegancia, como un reflejo de la Belle Époque. Se inauguraban el Teatro Colón, la Plaza Lavalle, el Palacio de los Tribunales, y numerosos edificios neoclásicos o de estilo francés, con cúpulas, mármoles y mansardas. Esta prosperidad, refinamiento y buen gusto, llegaba también a la repostería.
Nuestra confitería elaboraba artesanalmente masas vienesas exquisitas y deslumbrantes como joyas. El éxito fue tal, que en 1917 la familia Repetto decidió ampliar el local; y ofrecer, además de la famosa pasta frolla -que explica el nombre de la casa-, una variedad de pastas italianas delicadas y tradicionales: sfogliatelle, pasticciotti, cannoli siciliani, casate, pastiere, que tuvieron y tienen gran aceptación. La Ciudad seguía creciendo. En 1931 se ensanchó la calle Corrientes y cayó bajo la piqueta la manzana entera de Sarmiento 1050 para construir la Av. 9 de Julio. La Pasta Frola se mudó entonces a la calle más notable de la Ciudad, adonde está actualmente: Corrientes 1365, entre Uruguay y Talcahuano.
1932. Tras la nueva edificación, el ensanche de veredas y calzada, y la instalación del subte B, que podía transportar a miles de personas por día, la calle Corrientes se convertía en un importante eje comercial. En 1937 se inauguró el Obelisco, que parecía una estalagmita o un mojón inmenso indicando algo; y el lugar -desde Callao hasta Alem y desde Córdoba a Rivadavia- pasó a llamarse El Centro. Zona de trabajo, de paseo, espectáculo, y también centro gastronómico de Buenos Aires. La Pasta Frola , por entonces a cargo de los cuñados de Repetto, Ivaldi y Prea, atendía durante el día a vecinos, paseantes, oficinistas, y por la noche al público de los teatros Apolo y Politeama, Metropolitan, y proveía masas a cafés y cabarés. En la década del 40, las noches del Centro eran de tango, teatro, glamour y bohemia. Uno podía cruzarse en la calle con Lola Membrives, encontrar a Manzi y Discépolo en una mesa de El Foro, o ver a Troilo llevarse unas sfogliatelle de la La Pasta Frola . En los años 50, Coll, González y De Rizio estaban al frente del negocio. Ellos sumaron a la repostería italiana, la española: ensaimadas, panallets, tortells. El Centro se preparaba para otro cambio. Durante los años 60, se multiplicaron los cines, las librerías, y las pizzerías. Era el auge de la clase media, representada en la historieta Mafalda, con el tres ambientes, los libros, la rebeldía, el rock , la oficina, y el autito. A pocos metros de La Pasta Frola, en Av. Corrientes 1365, había cuatro cines, dos teatros y seis librerías. Nuestra confitería agregó a sus especialidades el alimento celebratorio y funcional que marcó la época: los exquisitos sándwiches de miga. En 1973, Remigio Piñeiro y Alfredo Álvarez se pusieron al frente del negocio -y siguen hasta hoy-. Agregaron el servicio de lunch , las cenas frías y calientes, y la nueva repostería. La Pasta Frola, desde hace más de cien años, suma servicios y productos y los convierte en tradición. Detrás de cada producto hay un especialista: Jorge Cádiz, de las sfogliatelle; Néstor Muñoz, de tortas y postres; José Ruiz, de las facturas; Ramón Vázquez, de los sándwiches; y varios más. La historia y la dedicación traen consecuencias. Acá vemos pasar clientes de tres generaciones, dicen Mabel López y Fernando Álvarez -cajera y encargado de la casa-, algunos traen a sus bisnietos. Vienen para llevarse algo frágil, dulce o salado, como un pedacito de Buenos Aires.