La Otra Historia de Buenos Aires

Segundo Libro: 1636 – 1735
PARTE IV

 por Gabriel Luna

Año 1638. La aldea Santísima Trinidad y el puerto de Buenos Ayres están convulsionados. Un gobernador ha huido para evitar su juicio de residencia, y el nuevo gobernador ha sido excomulgado al poco tiempo de asumir. Está inhabilitado, la excomunión le impide (en teoría) relacionarse con cristianos. Deben renovarse las autoridades del Cabildo, de la Administración, el Ejército y la Justicia, pero no hay gobernador que presida, otorgue y rubrique los nombramientos. Hay un vacío.

Mendo de la Cueva y Benavídez, el gobernador excomulgado, obnubilado por la carga satánica que le ha colgado el Obispo, quiere volver a España. No es un hombre avezado en política ni en espíritus sino en la guerra. Ha luchado cuarenta años en Flandes y lo ha vencido un personaje demencial haciendo conjuros y apagando velas. Pero Mendo de la Cueva no se cuestiona eso. Se considera un buen cristiano y cree exactamente que la guerra de Flandes ha sido sólo religiosa: entre cristianos y protestantes. Él ha combatido por los cristianos y ahora ha perdido su causa. No entiende el exabrupto del Obispo. Le duele la exclusión del rebaño.

Por otro lado, el obispo Aresti apenas conocía a Mendo de la Cueva. Lo excomulgó porque no le hizo caso y no encarceló al gobernador Dávila. Entonces Dávila huyó para evitar el juicio de residencia. En realidad, Aresti tenía cargos importantes contra Dávila, Dávila lo había traicionado, le había quitado los fondos de la diócesis, debió haberlo excomulgado a él, pero perdió la oportunidad y se desquitó con Mendo de la Cueva.

Estas cuestiones flotan en el ambiente y hay en el fondo la necesidad política de consolidar el poder en la Aldea designando cargos, presidiendo elecciones en el Cabildo y nombrando autoridades en el Fuerte y en la Justicia.[1] De modo que los cabildantes o capitulares fueron a persuadir y negociar con el Obispo para que retirara la excomunión al Gobernador y éste pudiera ejercer sus funciones. Y hablaron además con Mendo de la Cueva, para que desistiera de viajar a España y “no desampare esta Ciudad privándola de su pericia militar tan demostrada y ponderada en Flandes, desde donde ha venido por orden de Su Majestad para defender este puerto del ataque holandés, que baja presto del Brasil, y defender esta Provincia del peligro de los calchaquíes alzados en las pampas”. Los capitulares enfatizaron que “será a cargo del señor Gobernador todo lo que en su ausencia ocurriere, y que para remediar lo tocante a la excomunión el Cabildo despachará un procurador que informe y pida a Su Majestad y a los tribunales superiores una pronta solución del caso, y hará todas las diligencias necesarias para que no sucedan en adelante semejantes rigores, daños y vejaciones”. Dijeron entonces los capitulares que no era necesario el viaje del Gobernador a España, y le pidieron y suplicaron que se quedara “porque no tiene esta Provincia otro padre, otra cabeza ni defensa, sino el señor Gobernador”.[2]

Los capitulares convencieron al Gobernador. Y también lograron que el Obispo levantara momentáneamente la excomunión del Gobernador, sólo cuando tuviera que dirigir acciones militares o debiera presidir el Cabildo para nombrar funcionarios.

El 1º de enero de 1638 asumieron como capitulares: Juan de Mena, Hernán Suárez Maldonado (el mozo), Juan Bracamonte y Manuel González Saravia. Y el 2 de enero, le fue restituida la vara de alguacil mayor a Francisco González Pacheco (que había sido destituido por Dávila). González Pacheco estaba casado con la sobrina del obispo Aresti. Tenía varias casas, también un burdel; y cobraba, cuando era alguacil, comisiones por el contrabando de esclavos que entregaba devotamente a la diócesis.[3] Resulta fácil inferir que el cargo de González Pacheco fue parte de una negociación secreta entre los capitulares y el Obispo.

También fueron asignados los títulos de teniente de gobernador a Gaspar Gaete, y de teniente general de guerra a Juan de la Cueva Benavídez, hijo del Gobernador. Y fueron designados escribano de la gobernación Alonso Agreda de Vergara, y procurador de la ciudad Salvador Agreda de Vergara. El primero era hermano y el segundo era sobrino de Juan Vergara, regidor perpetuo del cabildo y fundador del crimen organizado en Buenos Aires. Vergara creó una poderosa organización dedicada al crimen político, al fraude y la corrupción, para instalar el contrabando de esclavos negros a gran escala en el Río de la Plata. Objetivo que cumplió sobradamente.

Otros asignados fueron Marcos Sequeyra, el esposo de Ana Matos Encinas, que tomó la vara de sargento mayor del Fuerte, y Hernán Suárez Maldonado (el mozo) que además de ser alcalde ordinario tomó el puesto de mayordomo del hospital San Martín de Tours, donde había sido intervenido con éxito tras una desafortunada caída en un juego de cañas.[4]

Bastante llamativo, desde un punto de vista económico, fue el nombramiento del escribano de minas, registros y hacienda real. Juan Antonio Calvo compró ese oficio en doce mil pesos -una fortuna en aquella época, si se considera que el sueldo anual del portero del Cabildo era treinta pesos- y pagó parte de ese monto con siete esclavos negros entrados legalmente en la Aldea y valuados en dos mil pesos. De donde se deduce que la actividad de este escribano era muy lucrativa y, también se deduce, que podía comprarse un esclavo “legal” con el sueldo de diez años de un portero. Y si el esclavo entraba de contrabando, podía comprarse con la mitad -pero seguía tratándose de una fortuna-.

La mano de obra era un problema de la época, porque no se disponía entonces de tecnología avanzada para suplantarla, y porque el trabajo manual era despreciado por la ideología española y mal remunerado (nótese la diferencia entre los ingresos del portero y el escribano). Este problema o contradicción estaba cambiando en el mundo europeo y dando lugar a otro modelo (la guerra de Flandes resultaba una expresión de ese cambio: una lucha entre lo viejo y el nuevo modelo). Mientras tanto en América, los imperios español y portugués intentaban resolver el problema mediante la suma del trabajo indígena y la consecuente explotación.

Mendo de la Cueva fue una pieza clave de ese problema. En su estado de semi-excomunión forjó una alianza con los jesuitas para recuperar su causa y volver al rebaño. ¿Cuál era el beneficio de los jesuitas? Ocurría que en el norte de la Provincia las reducciones jesuíticas eran atacadas por los bandeirantes, organizaciones de portugueses, mamelucos y tupíes. Los bandeirantes hacían excursiones en el territorio español y devastaban las misiones para esclavizar a los guaraníes y venderlos en los ingenios de azúcar paulistas. Las excursiones se hacían cada vez más frecuentes. Los jesuitas recurrieron a Roma y a la Corona para armar un ejército de guaraníes y repeler a los bandeirantes. La cuestión de armar a los indios suscitó polémicas y resistencias, pero la Corona finalmente accedería -al considerar que los bandeirantes, además de hostigar a los jesuitas, formaban una avanzada del imperio portugués sobre el territorio español-. Fue en estas circunstancias, antes de que la Corona manifestara su apoyo, cuando los jesuitas solicitaron pertrechos e instrucción militar para los guaraníes a Mendo de la Cueva. Era una decisión difícil. A mediados de 1638, Mendo de la Cueva envió instructores y algunos pertrechos para formar el ejército guaraní del padre Pedro Romero. Y resultó una decisión acertada. La alianza con los jesuitas y ese ejército tan particular serían de mucha utilidad para el Gobernador.[5]

(Continuará…)


[1] Parte de los capitulares se elegían al principio del año. No eran elecciones abiertas, votaban sólo los capitulares, el Cabildo saliente elegía al entrante. Había también cargos perpetuos, que se compraban en subasta pública. Es el caso de los regidores Vergara y Barragán. También se compraban los oficios de alguacil o de escribano (este último era muy cotizado).

[2] El texto entre comillas corresponde al Acta del Cabildo de Buenos Aires del día 29/12/1637.

[3] Hay más información sobre González Pacheco, el origen de su fortuna y la relación comercial con el Obispo, en la Parte II, Periódico VAS Nº 41.

[4] Ver La Otra Historia de Buenos Aires, Libro Segundo, Parte II, Periódico VAS Nº 42.

[5] Las relaciones entre jesuitas y gobernadores eran difíciles porque las reducciones formaban sistemas autónomos y cerrados dentro de la Gobernación. Eran ciudadelas religiosas donde no regían los códigos seglares. Dávila, el gobernador antecesor de Mendo de la Cueva, no consintió en armar a los indios y creía que los jesuitas ocultaban minas de oro en las reducciones.

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La Otra Historia de Buenos Aires. Libro II (1636 – 1737)

Parte I

Parte I (continuación)

Parte II

Parte II (continuación)

Parte III

Parte III (continuación)

Parte IV

 

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